La máscara del mando. Un estudio sobre el liderazgo de Alejandro Magno, Wellington, Grant y Hitler


Viaje de Bratislava a Madrid de unas 3 horas. En el aeropuerto de la capital eslovaca, cuatro vuelos a España (a Palma de Mallorca, Barcelona, Málaga y Madrid) y uno local.
Cerca de casa, hemos almorzado en el restaurante Zarauz: ensaladilla rusa y filete mi hija, paella y huevos con jamón un servidor. De postre, sendas tartas de manzana y milhojas. Con tinto de verano y agua. Estupenda calidad a un precio irrisorio. Así es nuestro país: comida, clima, calma (seguridad, tranquilidad) y cordialidad. Calidad de vida, que desgraciadamente no solemos valorar como debiéramos.
Entre las lecturas de este viaje por Centroeuropa, ‘La máscara de mando. Un estudio sobre el liderazgo’, de John Keegan. El profesor Keegan (1934-2012) es uno de los historiadores británicos más reconocidos de nuestro tiempo. Fue docente en Cambridge, Harvard, Princeton y durante un cuarto de siglo de la academia de Sandhurst. Autor de una veintena de libros, entre ellos sobre las dos guerras mundiales y la civil norteamericana.
El autor se centra en cuatro figuras principales de la historia, a quienes considera generales. La primera, Alejandro Magno y su liderazgo heroico. Nacido en julio de 356 a.C., hijo de Filipo II de Macedonia y de su esposa Olimpia (una historia de amor y pasión), sintió devoción por Hercules. Aristóteles creó para él una escuela en Mieza, junto a Pella, la capital. Tres años después, a los 16, Alejandro fue a la guerra. “La materia primea de la leyenda de Alejandro sería su manera de afrontar esos asuntos políticos, así como su capacidad como estratega, su maestría en la logística y su habilidad para la diplomacia”. Durante una década, estuvo continuamente en marcha. La cohesión era el fundamento de la guerra de falanges. Cenaba con sus compañeros de armas, con su estado mayor. Dotado de gran oratoria, sus discursos no eran sencillos ni cortos. En el campo de batalla era inconfundible y sabía arriesgar. Para William Tarn, que dedicó su vida a Alejandro, era una especie de santo precristiano; para Ernst Badian, una preconfiguración de Hitler. Napoleón consideró que la mejor educación militar era estudiar su vida.
Wellington es el antihéroe. Vencedor de Waterloo, se había curtido en las campañas de la India y de la independencia española. Valoraba los suministros (“para llegar al objetivo hay que estar alimentado”) y por los detalles, se guiaba por una ética en la que el jefe debía ganarse la consideración del soldado. “En Europa –decía- hay muchos generales buenos, que ven varias cosas a la vez. Yo veo solo una, el núcleo del enemigo, e intento aplastarlo”. Foco. El “pathos”, el deseo ardiente de Alejandro, era hacer algo sin precedentes; la perfección (areté) era su ethos. En Wellington, “la senda del deber fue el camino de la gloria”.
El de Ulises S. Grant es el mando no heroico. La fortuna favoreció al valiente. Consideraba que “la guerra es progresiva”, era graduado de West Point y veterano de la guerra de México. Era incisivo y de comunicación directa. Lincoln valoraba de él que sabía combatir. “La causa de la gran guerra de la rebelión contra Estados Unidos habrá de atribuirse a la esclavitud”, escribió en sus memorias.
Hitler, el antihéroe, se presentaba a sí mismo como un soldado. De hecho, como presidente desde 1934 era el comandante en jefe del ejercito y la armada alemanes. Destituyó a Brauchistch como jefe supremo en diciembre de 1941y asumió el control directo. Los tres jefes de sus ejércitos al iniciarse la IIGM fueron cesados antes de acabase. Era un don nadie que pretendía ser artista (en Viena, en Múnich) y fue condecorado en la gran guerra.
John Keegan revela que Alemania estuvo a punto de ganar la IGM en 1918. Cuatro meses antes del armisticio, ocupaba más territorio que nunca. Hitler inició la contienda con una amplia victoria y pensaba que Gran Bretaña se rendiría en 1940. En Stalingrado llegó a la cima. A partir de ahí, la suma de la URSS y EEUU acabó con su ejército. Su historia es la de una creciente desconfianza hacia sus generales y lejanía del teatro de operaciones.
El mando, nos cuenta Keegan, obtiene su obediencia por amor o por miedo. Grant y Wellington lograron liderazgo por afinidad. Alejandro, como gran psicólogo, por oratoria y dominio de la escena. “La primera cualidad de un oficial es la alegría” (Mariscal Lyautey).  La afinidad, la prescripción y las sanciones son previas al mando. Pero luego está la acción: el imperativo del ejemplo. “Los generales modernos aspiran a un estilo de mando tan heroico como el de Alejandro. Y sus ejércitos responden a ello”. El historiador concluye: “Hoy el mejor debe tener la convicción suficiente como para no ejercer de héroe nunca más”.
Un libro excepcionalmente documentado, riguroso, intenso. Un análisis histórico de cuatro líderes (para los suyos), sus rasgos y su conducta.


Mi gratitud, una vez más, a Roger Domingo, que ha compartido en Facebook la lista de los nominados al premio FT 2015 al mejor libro empresarial: ‘La Economía de la manipulación y la decepción’ de Akerloff y Shiller, ‘La creación de la Economía Conductual’ de Richard Thaler, la biografía de Elon Musk (Tesla) por Ashlee Vance, ‘Las consecuencias económicas del cambio climático’ de Gernot Wagner y Martin Weitzman, ‘Cómo la música se hizo gratuita’ de Stephen Witt, ‘Mujeres, Hombres, Trabajo y Familia’ de Anne-Marie Slaughter, ‘Recomenzar: la última oportunidad para la economía de la India’ de Mihir Sharma, ‘El ascenso de los robots’ de Martin Ford, ‘La Gran Depresión, la Gran Recesión y su aprendizaje’ de Barry Eichengreen, ‘La invención de una batería para salvar el mundo’ de Stephen LeVine, ‘Perdiendo la señal: auge y caída de la Blackberry’ de Jacky McNish y Sean Silcoff, ‘La historia no contada del Bitcoin’ de Nathaniel Popper, ‘Superforecasting: El arte y ciencia de la predicción’ de Phillip Tetlock y Dan Gardner, ‘Liderazgo BS: fijar los entornos y las carreras de verdad en verdad’ de Jeffrey Pfeffer y ‘La galopada del caballo negro: la historia interna de Lloyds y la crisis bancaria’ de Ivan Fallon. Habrá que irlos leyendo de uno en uno (en inglés, o en castellano cuando se publiquen).