El apego, clave en las relaciones


El de hoy ha sido un día estupendo. Café de primer hora de la mañana con compañeros de Right. Presentación de una propuesta muy importante de Valoración de Talento y Liderazgo a una de las empresas tecnológicas más importantes del mundo. Por parte del cliente, cinco profesionales de alto nivel. Por la nuestra, cuatro consultores que llevan la relación directa con esta empresa cliente, la dirección comercial, el centro de excelencia de Right Management y un servidor como Head of Talent del Grupo. Un diálogo muy enriquecedor y una sensación de equipo (grupo humano que genera sinergias) por ambas partes muy importante.
Después he tenido una reunión con el presidente de ManpowerGroup en la que hemos tratado todo tipo de temas de presente y futuro y uno se queda con una sensación muy positiva y agradable. Y como regalo final de la jornada, he coincidido en Atocha con nuestra directora de comunicación y RSC y la de personas y talento, a las que todavía no había visto en el 2015. Hemos tenido un curso con Mónica Carrillo (la presentadora de informativos de Atresmedia) al que desgraciadamente no he podido asistir y del que venían muy contentas. Mi gratitud a Antonio, Araceli, Jaime, Juanjo, Loles, Montse, Raúl y Santiago, por hacer tan agradable la manaña.
En la web de Psychology today, he estado leyendo ‘Las claves de las relaciones enriquecedoras’ del Dr. Hal Shorey.
El autor se refiere a la “Teoría del Apego” (Attachment Theory) que crearon John Bowlby and Mary Ainsworth en los años 60 (alguna vez he hablado de ella en este blog) y que ha sido reelaborada desde entonces por la psicología. El concepto es que cada persona tiene una necesidad natural de que lo cuiden y protejan los suyos. Esto es evidente en la infancia (la protección de los niños por sus padres, por su familia, por sus seres queridos) y se mantiene a lo largo de la vida. En ‘La sensación de Fluidez’, comentaba el cruel caso de Luis II de Baviera, “el Rey Loco”, que quería saber cuál era la lengua de Dios, para lo cual dejó a unos niños alimentados pero sin cariño a ver qué idioma empezaban a hablar. Todos murieron por no ser acariciados, tocados, cuidados. “La falta de protección lleva a una muerte segura”, sentencia Hal.  
La ansiedad es la forma habitual de los niños para expresar que se sienten lejos de la “base de seguridad” parental. Y crece hasta que el adulto no puede reconectar la conexión. Para el Dr. Shore, “todas las personas vivas somos descendientes de personas ansiosas, porque el sistema de apego es esencial para la supervivencia”. El ciclo apego-ansiedad se repite a lo largo de la vida de todo ser humano, “de la cuna a la tumba”. De niños con nuestros padres y abuelos; de adolescentes con los colegas; de mayores, estableciendo lazos con la pareja, l@s hij@s, l@s compañer@s e incluso con el jefe.
Ainsworth distinguió tres tipos de apego (attachment styles): niños ansiosos-evitantes, niños con apego seguro y niños ansiosos-ambivalentes. Los de apego seguro tienen altas expectativas en las relaciones con los demás. Los evitantes tratan de huir o se bloquean en las relaciones. Los ambivalentes buscan cercanía a la figura paterna y al tiempo tratan de “agredirla”. El apego es “la conducta que reduce la distancia de las personas u objetos que suministrarían protección” (Bowlby, 1985).
El amor en el sentido amplio “cumple funciones psicológicas básicas: compartir, afiliación (punto de partida para las relaciones interpersonales íntimas), protección, estabilidad y seguridad, intimidad, apoyo emocional, entrega, compañía, visión optimista del mundo, refuerzos básicos (atención y placer sexual), prestigio y reconocimiento social, autoestima y la reducción de ciertas inquietudes psicológicas (soledad, ansiedad, temor a estar solo en la madurez y en la vejez), no sentirse diferente a la mayoría y la transición de un estatus psicosocial a otro; socioculturales (transmisión de normas) e incluso evolutiva (fortalecimiento del vínculo entre los progenitores en la especie cuyas crías son más indefensas y necesitan protección), según Carlos Yela en ‘El amor desde la psicología social. Ni tan libres ni tan racionales (2000). Nada menos.
Te deseo un feliz apego.