Jornada entre Barcelona y Madrid (¡Qué manía
tienen algunos –interesados- de confrontar dos capitales tan complementarias!).
Ayer, delicioso almuerzo en Chéri (antes, El trovador) en Enric Granados, paseo
por l’Illa y Cine Fórum Empresarial APD en los Cinesa Diagonal (gracias, Mercè,
Anna, Aiste, Sergi y a todo el equipo de APD Zona Mediterránea por un trabajo
colosal). Hoy, AVE a las 7 de la mañana, sesión de coaching estratla reégico
con un DG especialmente talentoso, almuerzo (ya con Myrna y Nelson, mis grandes
amigos venezolanos, en Madrid) en De la Riva y cena en Metro Bistro, a cargo de
Matías Smith, uno de los mejores chefs del país.
He estado leyendo en la revista de La
Vanguardia de hoy El sentido de la
cultura. Un debate que se interroga sobre este bien común, su valor, su
importancia, sus espacios o sus ruinas.
En esta publicación, Antonio Monegal se
pregunta si importa la cultura, o si ha quedado relegada “a la categoría de lo
accesorio o superfluo, del entretenimiento, o casi peor, del lujo”.
Efectivamente, esta mal llamada crisis ha roto el consenso sobre la cultura
como pilar del modelo de progreso. Cita a John Holden, el experto en políticas
culturales, en su libro El valor cultural
y la crisis de legitimidad (2006). En la sociedad británica (y vale para la
nuestra), desde los 80 los políticos valoran la cultura de forma instrumental,
como elemento de cohesión social, olvidando “el verdadero sentido de la cultura
en las vidas de la gente y en la formación de sus identidades”. Y de ahí la
polaridad entre el valor instrumental de la cultura por la clase política y su
valor intrínseco por los intelectuales. “El peligro está en que cualquier
apología de la cultura por parte de los profesionales se lee como una
reivindicación interesada por lo que ellos hacen y en particular de la llamada
alta cultura, cuando al margen de preferencias y prioridades personales, el
reconocimiento del valor debe abarcar el conjunto del sistema cultural, como
una red dinámica en la que todo está relacionado, desde el hip-hop a la ópera.
No es cuestión de jerarquías, lo que importa es la diversidad”.
Hoy la frontera entre productores y
receptores de la cultura es difusa, y hay una enorme responsabilidad en el
sistema educativo y en los medios de comunicación. En un mundo crecientemente
complejo, la escasez de cultura impide responder adecuadamente.
Eva Muñoz, en el mismo suplemento del diario
barcelonés, se hace eco del encuentro El
sentit de la cultura que se celebró el 18 y 19 de septiembre en el Centro
de Cultura Contemporánea de la ciudad condal. Se habló de la relevancia
política y ética de la cultura, de la cultura como bien común, del final de un
modelo (como corresponde al final de una época –el capitalismo- y el
surgimiento de una nueva –el talentismo-), de una cultura que deja de ser
sustantiva para devenir “adjetiva”, de pasar de objetos a espacios comunes (de
lo transaccional a lo relacional), de instituciones facilitadoras y, por
supuesto, de la importancia de la educación.
Me gustaría que rebobináramos, respecto a la
cultura, y recordáramos el concepto del maestro José Antonio Marina del talento
como “inteligencia triunfante”, que dirige el comportamiento “hacia la
libertad, la dignidad y la felicidad”. Creo modestamente que precisamente para
eso sirve la cultura como bien común: para aumentar nuestros niveles de
libertad (las personas incultas no son realmente libres, porque su capacidad de
elección es muy incompleta), de dignidad (como sujetos de derechos y de
obligaciones) y de felicidad (¿se puede ser feliz siendo ignorante? El buen
salvaje me parece un mito). La cultura como cultivo de la propia inteligencia
(triunfante), del propio talento. Ya sabes, si no se aprecia (a través de la cultura,
nada menos), se deprecia.
Mi profunda gratitud a los “productores
culturales” que nos aportan conocimiento, experiencia y sabiduría en las artes,
las letras, la cultura en general, y con ello aumentan nuestro bienestar.