Por tercera ocasión
consecutiva (Madrid 2012, Madrid 2016 y Madrid 2020), nos hemos quedado con un
palmo de narices. ¿Pero no estaba ganado antes de la votación, no teníamos los
votos del COI garantizados?
Hagamos historia. En Singapur
en 2005, para elegir la ciudad candidata de 2012, competíamos con Nueva York,
Moscú, París (que era la favorita) y Londres. Superamos a los norteamericanos y
rusos, quedamos en tercera ronda contra las dos capitales de la UE. Medalla de
bronce. Llegó Tony Blair (a Singapur) y mandó parar, con lo que Londres superó
a París.
Segundo acto, en Copenhague
en 2009. Un Obama en su primer año de mandato parecía la mejor baza para
Chicago… que quedó eliminada. La última votación, entre Río (que a priori era
la Cenicienta de esta elección) y Madrid. Ganó, como todos sabemos, la ciudad
brasileña.
Y ahora, Tokio, a 200 km de
Fukushima, y Estambul, tras los incidentes de hace unos meses y con frontera
con Siria. Pues Madrid, eliminada a las primeras de cambio. Los perdedores
suelen echarle la culpa a “la mala suerte”.
Y sin embargo, la explicación
es más que lógica. Basta releer la investigación de Jim Collins, Empresas que caen y por qué otras sobreviven
(hablaba de ese maravilloso texto el 2 de febrero de 2011 en este blog). La
“involución” consta de cinco fases: La arrogancia (el orgullo desmedido o
“hibris”) nacida del supuesto éxito: se descuida lo principal, el “qué”
sustituye al “por qué”, se deja de aprender. La persecución indiscriminada del
crecimiento (más, más y más). La negación del riesgo y del peligro (hemos
tenido muchos ejemplos de ello en estos días previos sobre Madrid 2020). La
búsqueda desesperada de la salvación (a la desesperada, en el último momento).
Y finalmente la capitulación: ser insignificante o morir.
No por casualidad, Por qué fracasan las naciones (Why
nations fall) de Acemoglu y Robinson, llega a las mismas conclusiones: los
países ricos lo son porque cuentan con instituciones inclusivas (que fomentan
el bien común) y los pobres llegan a su triste situación porque sufren de
instituciones excluyentes (élites que sirven a sus propios intereses). Hablé de
ello en este blog el 21 de agosto del año pasado.
¿Qué podríamos aprender del
fallido Madrid 2020 para que sea un error –del que se aprende- y no un fracaso
–un bulto que todos quieren escurrir, una culpa que echar a los demás, para que
fueran “rentables” los 6.500 M € en preparar las candidaturas anteriores?
Deberíamos aprender trabajo en equipo de verdad (cuando la delegación no es un
equipo, se nota y mucho); deberíamos aprender desarrollo del talento y del
liderazgo (que va mucho más allá de un experto en comunicación de EE UU que les
dice a los ponentes –en un idioma que no es el de ell@s- cómo mover las manos y
expresarse); deberíamos aprender a no caer en la euforia (antes de tiempo) ni
en la disforia (tras el resultado): la naturaleza es equilibrio; deberíamos
aprender a generar confianza (Tokio ha ahorrado 4.500 M € para dedicarlo a los
Juegos, Madrid se ha gastado el dinero antes de tiempo en infraestructuras que
ya veremos); deberíamos aprender las reglas del juego (se trata de que los
miembros del COI voten por una ciudad, no del porcentaje de apoyo, la calidad
de los hoteles y otras variables que no está demostrado que correlacionen con
los votos de los delegados) y sobre todo deberíamos aprender HUMILDAD. La
Humildad que demuestran los mejores deportistas que tenemos; humildad que
podemos reconocer en sus comportamientos, no solo en sus palabras, porque no
cantan victoria antes de tiempo.
Lo siento por es@s 100.000
voluntari@s que de verdad creyeron en las posibilidades de Madrid como ciudad
olímpica.
Me gustaría que este evento
de Buenos Aires sirviera para un nuevo comienzo, para una ciudad y un país que
necesita proyecto, ilusión, esperanza, equipo y humildad y que hoy por hoy,
confesémoslo, no lo tiene.
Pasemos página. Anoche estuve
viendo el DVD El
Cambio (The Shift), del Dr. Wayne Dyer (autor de Tus zonas erróneas, El Cielo es el límite). Una película muy
interesante. “El auténtico objetivo de la vida es ser feliz”. Para lograrlo,
hemos de volver a la naturaleza y revisar la nuestra propia. Es el espíritu lo
que nos da la vida. El entorno nos dice que no podemos confiar en nosotros. “El
ego es una parte que nos dice que no somos una creación divina y perfecta; tú
solo eres lo que tienes”. “Cuanto más tenga, más valioso seré como persona”: el
mantra del Ego. Soy lo que hago (el logro). Soy lo que los demás piensan de mí
(la reputación). El Ego tiene un sistema de creencias que nos dice que estamos
separados del resto, y del Universo.
En el atardecer de la vida,
nos cuenta Wayne Dyer, debemos darnos cuenta de que debemos reconectar con la
fuente originaria, que está en cada un@ de nosotr@s. “Lo que era verdad por la
mañana, por la tarde es una mentira”. Cita al Tao Te Ching: “El Tao no hace
nada y no deja nada sin hacer”. “Déjate llevar por él en lugar de tratar de
controlarlo todo”. “Ganar y superar a los demás se vuelve menos importante que
sentirse realizad@”. El Dharma es un principio espiritual que significa que
toda vida tiene su objetivo, su función, su llamada interior, su propósito.
“Llega un momento en la vida en la que te guía algo que es mayor que tú”.
El Cambio, el movimiento de
la ambición hacia el sentido, suele estar precedido por un “salto cuántico”:
muy intenso, una sorpresa, benevolente (siempre sienta bien) y es perdurable
(para siempre). Es como una especie de fuerza que te conquista. “Los malos
momentos en la vida a menudo son necesarios para impulsarte a un nivel
superior”. La sincronía aparece en tanto que vas abandonando el Ego. Has de
tocar la música que has venido a tocar. “No atraes lo que quieres; atraes lo
que eres”.
El consejo de Wayne Dyer para
vivir según el Tao es “no te mueras con la música dentro de ti”. A él no se le
ocurre peor tragedia (siguiendo a Tolstoi y su cuento La muerte de Ivan Illich) que pensar que no hemos vivido la vida
que debimos vivir.
Mi gratitud al Dr. Wayne Dyer
y el equipo de la película El Cambio,
a tod@s l@s que han hecho posible la candidatura de Madrid 2020 y al espíritu
olímpico que tanto nos enseña.