Hannah Arendt y el liderazgo de las ideas


Domingo plenamente veraniego en toda España. Nuestro país disfruta del sol, de las playas, de las piscinas, y se prepara para esta noche: la final ansiada de la Copa Confederaciones, en Maracaná, frente a Brasil. Louis Van Gaal, seleccionador holandés y una de las personas que más sabe de fútbol, ha dicho que ganará La Roja porque es mejor. Yo así lo creo (en cada campeonato hay un partido difícil de los campeones, y el nuestro ha sido la semifinal contra Italia). Sin embargo, el calor, la humedad y el factor campo pesarán sin duda. Ojalá ganen los mejores.
Y como aperitivo, la final del Eurobasket femenino, también contra la anfitriona (Francia, la favorita) desde las 20 h. La mejor de las suertes a Amaya Valdemoro y sus compañeras del equipo nacional.
Esta mañana he estado viendo Hannah Arendt, la película de Marguerete Von Trotta con Barbara Sukova en el papel protagonista. Una reflexión sobre lo importante que es el liderazgo de las ideas, y la valentía por encima de las presiones.
Hannah Arendt (1906-1975) es una de las pensadoras más influyentes del siglo XX. Filósofa creadora de una importante teoría del totalitarismo (los nazis le retiraron la nacionalidad alemana en 1937 y fue apátrida hasta que EE UU le hizo ciudadana americana en 1951), la película parte del periodo abril-junio de 1961, en el que Hannah Arendt pide asistir al juicio contra el nazi Adolf Eichmann en Israel (el Mossad había detenido a este famoso colaborador de Hitler en Argentina en 1960). Va como corresponsal de The New Yorker y fruto del análisis de aquel juicio publica una serie de polémicos artículos para la revista neoyorkina y posteriormente su libro Eichmann en Jerusalén. Un informe sobre la banalidad del mal. Defiende en este texto que Eichmann no era un ser perverso ni especialmente malvado, sino un burócrata, un escrupuloso funcionario al servicio del nazismo.
He hablado de la banalidad del mal en otras ocasiones en este blog. El concepto de Arendt se ha probado posteriormente, por ejemplo en “el experimento de Stanford” de Phillip Zimbardo, en Abu Garib o en Guantánamo (que Obama, por mucho que haya ido recientemente a Berlín a hacer de JFK o a Sudáfrica a “mandelizarse”, no ha cerrado). Sin embargo, esta película (que, por otro lado y citando a Mirito Torrero en su crítica de Fotogramas, tiene aires pesadamente alemanes y está demasiado atada a la palabra) me ha provocado varias reflexiones.
La primera, la banalidad del mal en este tardocapitalismo. El mal en esta crisis financiera y de valores no lo provocan malvados conscientes de sus actos, sino algunos aprovechados del sistema, secundado por (muchos) políticos ineptos que, como Eichmann, “cumplen órdenes”.
La segunda, la profundidad de los planteamientos de Hannah Arendt: El mal puede ser cometido por cualquiera. Basta con que deje de ser persona. La banalidad del mal significa la increíble mediocridad del hombre que puede provocar funestas consecuencias. “La incapacidad de pensar lleva a resultados terribles”. “Pensar da fuerza a las personas en aquellos momentos en los que todo parece perdido”. “El mal no puede ser banal y radical. Consciente y radical solo puede ser el bien”. Sí, consciente y radical solo puede ser el bien. Por eso el Talentismo ha de ser una era consciente.
Y la tercera reflexión, la necesidad de un liderazgo en las ideas, en nuestro caso actual respecto al desempleo, la lacra de nuestra sociedad. Tenemos que actuar seria y conscientemente para lograr que nuestros compatriotas, y especialmente los jóvenes, se pongan las pilas y creen su propio empleo a partir del poder de su talento. Juntos lo vamos a conseguir, estoy convencido.
Este partido también lo vamos a ganar. ¡Vamos, campeones!