Hoy hemos asistido Zoe y yo a la comunión de mi
sobrina y ahijada Cristina. Una ceremonia muy emotiva, un convite muy animado y
después, en casa de mi hermana y mi cuñado, una reunión muy entretenida.
He estado leyendo Lo que el dinero no puede comprar. Los límites morales del mercado,
de Michael J. Sandel. El Dr. Sandel (Minneapolis, 1953) es catedrático en
Ciencias Políticas de la Universidad de Harvard, uno de los autores de
referencia en filosofía política (y uno de los 25 pensadores más influyentes
del mundo según Le Nouvel Observateur)
y su curso sobre la justicia desde hace dos décadas en Harvard es uno de los
más populares.
Lo que el
dinero no puede comprar comienza precisamente con lo que sí puede
comprar: desde celdas más cómodas en una prisión, acceso de un (mal) estudiante
a una prestigiosa universidad (si sus padres hacen generosos donativos) a cazar
animales en peligro de extinción. “Vivimos en una época en que casi todo puede
comprarse o venderse. A lo largo de las tres últimas décadas, los mercados, y
los mercados de valores, han llegado a gobernar nuestras vidas como nunca antes
lo habían hecho. Y esta situación no es algo que hayamos elegido
deliberadamente. Es algo que casi se nos ha echado encima”. Sandel lo llama
TRIUNFALISMO DEL MERCADO. Algunos lo llamamos Tardocapitalismo, la fase final
de una era.
El problema, para el autor, es el paso de la
economía de mercado al de la “sociedad de mercado”. “una economía de mercado es
una herramienta –valiosa y eficaz- para organizar la sociedad productiva. Una
sociedad de mercado es una manera de vivir en la que los valores mercantiles
penetran en todos los aspectos de las actividades humanas. Es un lugar donde
las relaciones sociales están hechas a imagen del mercado”. ¿Cómo se ha llegado
a esto? Para Sandel, mediante la persistencia del poder y prestigio del
pensamiento mercantil y el rencor y el vacío del discurso público.
Por eso precisamente nos plantea un debate moral
sobre los límites del mercado. En los capítulos siguientes nos habla de cómo
librarse de las colas (en espectáculos, con los carriles Lexus, reventa de
volantes de citas médicas), de los incentivos (esterilización por 300 $ a
mujeres drogadictas, niños a los que se paga por leer o sacar buenas notas),
Sandel cita al Premio Nobel Gary Becker y su libro
de 1976, Enfoque económico del
comportamiento humano. “He llegado al convencimiento de que el enfoque
económico es un enfoque comprehensivo que puede aplicarse a todo el comportamiento
humano”. Un servidor tuvo la suerte de coincidir con el Dr. Becker en Eurofórum
hace años. No hablamos de dinero, sino de nuestra pasión compartida por los
Chicago Bulls, que acababan de ganar un nuevo anillo de la NBA (algo que el
dinero, evidentemente, no puede pagar). Michael J. Sandel, además de a Gary
Becker, debería citar a nuestro Antonio Machado: “Todo necio confunde valor y
precio”.
El catedrático de Harvard contrapone la definición
de economía de Samuelson, que trata de la distribución de bienes materiales,
con la de Greg Mankiw: “Una economía es sencillamente un grupo de personas que
interactúan unas con otras cuando hacen una vida”. Levitt y Dubner, en su Freakonomics, declaran que la teoría
económica no trata de la moralidad. “La moralidad representa el modo como nos
gustaría que el mundo se comportara, y la ciencia económica representa el modo
como realmente se comporta”. Dos precisiones: hay tantas morales como culturas;
sin embargo, la ética es universal. Y como dice el maestro José Antonio Marina,
“la ética es el modo más inteligente de vivir”. Por tanto, una aspiración
permanente para quienes utilizan su inteligencia (racional y ejecutiva).
Sandel aclara que la amistad, el honor o los
galardones prestigiosos (el Príncipe de Asturias, la Champions) no se pueden
comprar. Y se refiere al sociólogo británico Richard Titmuss y su The Gift Relationship (1970). Donde las
donaciones de sangre son voluntarias (GB, por ejemplo) el sistema funciona
mejor que donde están mercantilizadas (EE UU). Echo en falta que no hable del
Amor, así, con mayúsculas. “Can’t buy my love”, que cantarían los Beatles.
Mi caso favorito del libro es el de Lawrence
Summers, que sería rector de Harvard. Invitado a pronunciar la oración matinal
en la Iglesia Conmemorativa de Harvard, habló de cómo contribuir la economía
puede contribuir a las cuestiones morales. “La base de muchos análisis
económicos es que el bien común es un agregado de las muchas valoraciones del
bienestar individual, y no algo que pueda valorarse aparte”. Un error de base.
“Todos somos altruistas hasta cierto límite. Los economistas como yo entienden
el altruismo como un bien valioso y raro que necesita ser conservado. La mejor
manera de conservarlo es diseñar un sistema en el que los deseos de las personas
sean satisfechos por individuos que son egoístas y reservar ese altruismo para
nuestras familias o nuestros amigos y para los muchos problemas sociales de
este mundo que los mercados no pueden resolver”. Que Summers es un temerario
(en sus explicaciones) y un jeta (en sus conductas) es algo bien probado.
Sandel considera que “el altruismo, la generosidad, la solidaridad y el civismo
no son como mercancías que disminuyen con el uso. Son como músculos que se
desarrollan y fortalecen con el ejercicio”. Mi buen amigo Joxe Mari lo dice
mejor: “El que se da, no se vacía”.
Afortunadamente, aunque quisiéramos (que sería una
estupidez) una sociedad en la que todo estuviera a la venta, el Talento (que es
Capacidad por Compromiso en el Contexto adecuado) no es mercantilizable,
especialmente en el componente de entusiasmo, pasión, energía ligado al
compromiso. Las personas generosas lo hacen porque quieren. Y el amor, que es
lo que derrota al miedo, nunca será objeto de compraventa.
Pero volvamos a la comunión de mi sobrina. Seguro
que el presupuesto ha sido elevado, desde el traje al convite. Pero se da la
circunstancia (y siempre se dará) que lo más valioso de este acto, desde la
ilusión de la contrayente al cariño de sus familiares y amigas no se puede comprar.
Así es la vida, tan maravillosa, por mucho que el capitalismo en su agonía (y
ciertos economistas pretenciosos) se empeñen en lo contrario.