Liderazgo, Talentismo y el cáncer de la corrupción


He sentido una enorme tristeza por el accidente en la sede central de PEMEX, en la Ciudad de México. Petróleos Mexicanos (PEMEX), la mayor empresa del país, es una compañía por la que siento el mayor de los afectos, que siempre me ha acogido con una hospitalidad inigualable. Mi más sentido pésame a las familias de las víctimas y mi solidaridad con los heridos, con sus compañeras y compañeros de trabajo. Sois de la mejor gente que conozco.

Viaje a Murcia para la presentación esta tarde a partir de las 8 de Del Capitalismo al Talentismo en la Fundación CAM. Mi agradecimiento a Carlos Vicente Caballero, fundador y socio-director de Motivia, por la iniciativa. Carlos es un gran emprendedor, un ingeniero humanista, y un lujo para Murcia y para todo el país.
En Del Capitalismo al Talentismo me refiero al impacto negativo de la corrupción en el desarrollo económico. Nunca está de más recordarlo.

Hoy en El Mundo el maestro José Antonio Marina titula su columna Corruptores y colaboracionistas. JAM parte de una gran pregunta: “¿Qué se rompe cuando algo se co-rrompe? La integridad. Todo organismo necesita mantener la unidad sistémica de sus elementos, porque de lo contrario se disgrega, se pudre y muere”. Pero hay más: “El prefijo “co” de la palabra indica que no hay corrupción aislada. Lo corrompido corrompe indefectiblemente. En la escuela nos contaban la historia de la manzana podrida que acaba pudriendo al resto. Pensábamos que era una analogía tremendista, como todas las prédicas morales. A estas alturas pienso que es cierta. La corrupción es un fenómeno activo, invasivo, expansivo, como las infecciones. Del mundo orgánico el término ha pasado al mundo social. Una persona íntegra es la que sabe armonizar lo que dice con lo hace, sus deseos con sus valores, su interés con los intereses de los demás, su interior y su exterior, la economía con la ética, el poder con el respeto.”
“Lo que caracteriza a una sociedad justa es que en ella se puede ser decente sin necesidad de ser heroico”.
Marina, detective social, ahonda en el asunto: “La sociedad se corrompe cuando se quiebran los vínculos sociales, la confianza, la reciprocidad. Es una patología social, que se transmite como las enfermedades víricas (…) Todo corrupto es corruptor por necesidad”. Y analiza el fenómeno. “Hay dos tipos de corrupción: de alta o baja intensidad. La primera es delictiva, y por tanto debe ser perseguida por instrumentos legales y policiales”. A nuestro filósofo le parece fácil de corregir, por su tipificación (deberíamos suponer que la justicia actúa adecuadamente y que los delincuentes no van a ser indultados por el poder político). “En estos últimos días me ha preocupado la insensibilidad que hemos desarrollado sobre estos temas”, aclara Marina. Y pone como ejemplo un debate sobre corrupción en Cataluña, en la que algunos intelectuales decían: “Peor en Madrid” y otro, televisivo, en el que un economista le dijo: “La corrupción política no se puede evitar; es connatural al ser humano”. Cita a los “economistas del comportamiento” (movimiento del que hablo en Talentismo, el “Behavorial economics”, la economía conductual): “en las conductas delictivas hay un cálculo de riesgo y beneficio, igual que en cualquier otra inversión. Si no hay beneficio, no hay inversión. La impunidad es una especie de seguro contra pérdidas y, por lo tanto, fomenta el delito”.
“Mi convicción es firme y fundada: la corrupción delictiva no se limita porque no se quiere limitar”. N es un problema más que de ejecución.
¿Y la corrupción de baja intensidad? “Es una intoxicación más que una infección”. Sí, es una cultura (o más bien una incultura), el modo en que se hacen las cosas. “Me parece la causa principal de la situación de aplanamiento, pasividad, anemia social que nos paraliza”, aclara Marina. “Falta productividad a todos los niveles. Los organismos no funcionan”. Como ejemplos del autor del artículo, el Tribunal de Cuentas, el Tribunal Constitucional, Bankia, la tragedia del Madrid Arena… Por donde miremos.
“Los gorrones son el mayor problema al que se enfrenta un organismo social” (Robin Dunbar, antropólogo). Que no nos quepa duda. “La vida social está fundada en la cooperación. Eso requiere que cada individuo se comprometa a limitar sus deseos en interés de la comunidad, sometiéndose a un altruismo recíproco, beneficioso para todos”. Ser miembro de un gruponos permite disfrutar de los bienes que se obtienen por cooperación, pero en contrapartida nos impone una serie de deberes. El freerider toma los beneficios de la cooperación social, pero no paga los costes. Rompe los lazos de la reciprocidad, que son potentísimos en todas las culturas. El gorrón es un parásito. Por eso, las sociedades han inventado procedimientos para detectarlo. Hemos decidido que la tolerancia es la gran virtud cívica, sin aclarar lo que esto significa. ¿Qué debemos “tolerar”? ¿Lo bueno? No. Lo bueno hay que aplaudirlo y fomentarlo. ¿Lo malo? Tampoco. Es evidente que no hay que ser tolerante con lo intolerable”.
Marina propone tratar la corrupción como una enfermedad social y declarar el estado de epidemia. Él lo llama “síndrome de inmunodeficiencia social”: es la incapacidad de un cuerpo (social, en este caso) de defenderse de un agente patógeno. La corrupción, la quiebra de confianza en las instituciones, el desánimo tan generalizado, son pruebas de una salud social precaria. “El antídoto: reconocer lo que nos pasa, fortalecer nuestro sentido crítico, librarnos de una confusa tolerancia, premiar al que obra bien y castigar al que obra mal. Y ser lo suficientemente lúcidos y valientes para no ser colaboracionistas”. Excelente artículo; gracias, José Antonio, por tu sabiduría y maestría.   
La transformación pasa ineludiblemente por el Liderazgo: marcar la pauta (una pauta regeneracionista), hacer equipo (entre las personas decentes) y transformar la energía negativa en positiva. Este cuerpo social puede librarse de la enfermedad, y a fe que lo hará en esta nueva era, en el Talentismo.