AVE de ida y vuelta en medio de estas navidades.
Estoy aprovechando para ultimar el nuevo libro que estamos escribiendo la Dra.
Gallardo un servidor (el noveno juntos) sobre el cultivo del talento en
términos prácticos, ligado al mundo del deporte, por supuesto. Estará en las
librerías antes de que acabe la Liga.
Me he sentido sanamente orgulloso de que Motivación y más by Sodexho haya elegido
el primero de “Los mejores artículos de 2012” el de un servidor sobre las
lecciones que debimos aprender del Titanic, la tragedia de hace 100 años.
Publicado el 10 de abril, es el siguiente:
“El RMS Titanic fue, en su día, el buque más grande y
lujoso del mundo. Zarpó de Southampton el 10 de abril y se hundió cinco días
después, a las 2.20 h de la madrugada, tras chocar con un iceberg en el sur de
Terranova. El siniestro se saldó con la muerte de 1.517 personas, la peor
tragedia marítima en tiempo de paz.
Cien años después, reaparece en pantalla (esta vez en 3D) la laureada
película de James Cameron, surgen teorías de la conspiración y se
muestran en distintas exposiciones los objetos de época del famoso
transatlántico. Sin embargo, brillan por su ausencia las lecciones de aquel
funesto suceso. De entre ellas, al menos ocho:
- El peligro de la soberbia. El lema del Titanic es “un
barco tan insumergible que ni Dios podría hundir”. En el viaje inaugural, a
las primeras de cambio, se fue a pique. La prepotencia es el inicio de la
decadencia. En esta crisis, una crisis de avaricia, la humildad, la base del
auténtico aprendizaje, debería ser clave.
- El fracaso de la desigualdad. Para los 2.227 pasajeros
solo había botes salvavidas para 1.178 personas (no quedaba bien estéticamente
llevar más). La tercera clase fue la más perjudicada en la tragedia. En los
últimos 100 años, con la excusa de “los mercados”, la desigualdad ha
aumentado considerablemente.
- La falta de solidaridad. Sólo se salvaron del barco 705
pasajeros, cuando había botes salvavidas para un 50% más. En lugar de cooperar,
primó el “sálvese quien pueda” y por ello fue un fracaso colectivo.
- La inoperancia de los compartimentos estancos. El Titanic
estaba dividido en 17 secciones, herméticamente cerradas, y eso fue mortal. Las
organizaciones que no avanzan horizontalmente están condenadas a desaparecer.
- La falta de perspectiva. El iceberg fue avistado a
500-600 m de distancia, demasiado tarde, porque el barco iba a 60 m/s. Si los
vigías hubieran llevado prismáticos, habrían tenido 90’’ para evitar el choque.
Pero se los habían olvidado en Southampton. Sin visión a largo plazo, es más
fácil perecer.
- Y sin embargo, una orquesta de primera. La famosa orquesta de
Wallace Hartley estuvo tocando hasta el final. Un gran ejemplo de
serenidad, de equipo, del poder de las emociones en tiempos de incertidumbre.
- Malas decisiones. El primer oficial Murdoch prefirió
tratar de dar marcha atrás, con lo que le quitó fuerza al timón para virar. La
añoranza (la marcha atrás) probablemente es la peor de las decisiones.
- La inexistencia de Liderazgo. En momentos especialmente
trágicos, el liderazgo marca la diferencia. El capitán Edward John Smith se
hundió con su barco y tiene una estatua en su localidad natal.
Soberbia, desigualdad, hermetismo, insolidaridad, falta de liderazgo, de
equipo, de serenidad y de decisiones inteligentes… Son las claves de la
naturaleza humana. La Crisis actual, desgraciadamente, se sigue pareciendo más
al viaje del Titanic que a lo que debimos aprender de él.”
Hoy he estado leyendo Mejor liderar que mandar, del
consultor y coach Jorge Cuervo, con prólogo del profesor Ricard Serlavós (mi
amigo Ricard, ex compañero de HayGroup y docente de ESADE, es uno de los más
grandes en la gestión por competencias).
El libro comienza con una cita de Day &Lord, “La
calidad del liderazgo directivo justifica hasta un 45% del éxito de la
organización”. Una gran verdad. Y se estructura este texto en tres partes: la
esencia del Liderazgo, las creencias sobre el Liderazgo y las herramientas para
desarrollarlo.
La definición del autor (de entre las 1.500
posibles, según ha investigado Gary Yukl y nos recuerda Ricard en el prólogo)
es: “Un líder es la persona que recibe de otras personas la confianza para
guiarlas en la búsqueda de lo que sienten como la mejor solución posible a
partir de un contexto inicial concreto”. Para Jorge (y para un servidor) el
auténtico liderazgo requiere de humildad y de generosidad. El autor se
pregunta: “¿el líder nace o se hace?” y se responde, ingeniosamente, “el líder
no solo se hace, sino que también se deshace”. Me gusta ese sentido dinámico
del Liderazgo.
Respecto al liderazgo y las emociones, Jorge Cuervo
cita a tres buenos amigos, Dan Goleman, Annie McKee y Richard Boyatzis en su
libro The new leaders (2002): “Aunque
los incentivos habituales, como el reconocimiento o las pagas extraordinarias,
puedan aumentar el rendimiento, lo cierto es que no existe ningún factor
externo capaz de conseguir que las personas den lo mejor de sí mismas”. Sí;
Daniel Pink nos lo explicó extraordinariamente bien en La sorprendente verdad sobre qué nos motiva.
Cuervo habla de “liderazgo desde el ser”, de
“pensamiento sistémico” (Peter Senge), de la diferencia entre líder y jefe
(autoridad moral vs autoridad formal), de ideas que ayudan (convicción,
objetividad, flexibilidad) y entre las herramientas de liderazgo nos propone el
sentido y la visión, los valores, la gestión de las creencias, las
expectativas, la confianza, sintonizar, articular, normalizar, desarrollar a
las personas (el/la líder-coach) y afrontar el conflicto.
En las conclusiones, el autor se pregunta: “¿Es
mejor liderar que mandar?” y responde afirmativa y exclamativamente: “¡Mejor
liderar que mandar!”.
Un libro interesante, didáctico, útil. Un buen
compendio sobre el liderazgo, con ejercicios y claves esenciales.
Sobre esta confrontación entre mandar y liderar, un
servidor tiene un punto de vista alternativa. Como comentamos en su día en El Club del Liderazgo, mandar es parte
del liderazgo. Es una de las siete actividades que han de realizar l@s líderes.
Mandar significa dar instrucciones y lograr que se cumplan. Ahora bien, se
puede mandar bien (educadamente, con respeto, explicando el sentido de la
instrucción) y mandar mal, que es lo frecuente. Aquell@s directiv@s que abusan
de mandar (“dotes de mando”) y no gestionan, orientan, cohesionan, hacen
participar al resto del equipo, desarrollan a l@s demás (líderes-coaches) y
representan las mejores práticas, probablemente no tendrán autoridad moral
(influencia honesta) sino galones (autoridad formal).
Creo, modestamente, que liderar sin saber mandar
(sin tener Criterio, como diría Warren Bennis, según expusimos en Mourinho versus Guardiola) puede ser
peligroso. Porque caeríamos en la dicotomía bueno-malo. Liderar es bueno;
mandar es malo. En la práctica, hay momentos en que como directiv@s debemos dar
instrucciones claras y lograr que se cumplan, en nombre de la eficiencia y la
eficacia.
El liderazgo, efectivamente, es mucho más que las
dotes de mando. Es, en más del 90%, inteligencia emocional. Quienes no saben,
no pueden, no quieren mandar cuando hace falta no son verdader@s líderes, sino
gente blandita que se diluye en las crisis. Como la actual, sin ir más lejos.
Mi agradecimiento a los buenos autores como Jorge
Cuervo, a los buenos profesores e investigadores como Ricard Serlavós, y a l@s
buen@s líderes que mandan cuando toca, desde el respeto, la humanidad y la
consideración hacia los demás, sin abusar de ello.