Manolete y la Economía conductual


Hoy viernes, seis años después, se estrena Manolete. De tapadillo (51 copias), cuando Torrente 4 se exhibió con 657 y Prometehus, 412. Escrita y dirigida por el holandés Meno Meyjes (había dirigido El niño de Marte y es el guionista de los videojuegos de Lego Indiana Jones), con Adrien Brody (de gran parecido estético con el torero), Penélope Cruz (que interpreta a Lupe Sino, una especie de “Yoko Ono” del matador), Juan Echanove y Santiago Segura (en los papeles de Pepe Camará, su representante, y Guillermo, el segundo).   92 minutos; hay un “montaje del director” de casi dos horas para el mercado europeo. Filmada entre el 31 de marzo y el 23 de junio de 2006, es la película maldita por excelencia del cine español. Se presentó en septiembre de 2008 en el Festival de Toronto, en 2009 en Alemania (European Film Market), Hong Kong y Estados Unidos (American Film Market), en 2010 se estrenó en Francia, Italia, Rusia (DVD), Bélgica, Polonia, Reino Unido (DVD) y en 2011 en Estados Unidos y Japón (Video). “Estoy hasta el gorro de esta película. Pero me alegro de que se estrene: al menos mi madre dejará de preguntarme que cuando se estrena Manolete”, ha declarado Andrés Vicente Gómez, su productor (24 millones de presupuesto), que admite que “es su mayor fracaso”.
Pues he de decir que vi Manolete la semana pasada, en HBO (en inglés con subtítulos), en América. Eran las tantas de la madrugada, estaba solo en la habitación, con insomnio, de repente la anuncian y me picó la curiosidad. En fin, me pareció pretenciosa (me hizo gracia escuchar a Echanove y Segura hablar la lengua de Shakespeare), con todos los tópicos del mundo sobre la “fiesta nacional” y un ritmo endiabladamente aburrido. Frases pomposas como “Follas como un crío” (Lupe, escrito en carmín, en el espejo de Manolete) o “Aquí nada es real hasta que no sangra: santos, toros y mujeres” (también Lupe, en plan filósofa, al inseguro, borracho y drogadicto torero –según es presentado en la película-). No tomas aprecio por ninguno de los personajes, ni los comprendes. Nula química entre los protagonistas, con los secundarios, etc. Un despropósito entre el director/guionista holandés, la estrella neoyorkina que trata pases de maestro (he leído por ahí que le asesoró Cayetano Rivera Ordóñez, “el elegante”, cuando lo tenía que haber hecho el temerario José Tomás)  y Pe, en plan devora-hombres, que no es creíble en absoluto.

He estado leyendo, en inglés, Economía conductual para dummies, del Dr. Morris Altman (Universidad Victoria en Wellington). La Economía Conductual es fascinante, porque reta ese pensamiento fantasioso del ser humano como estrictamente racional (somos más viscerales y emocionales que intelectuales). Las asunciones convencionales (las preferencias de las personas son estables y consistentes, somos decisores solitarios con las mismas preferencias, maximizadores de beneficio, con conocimiento perfecto, habilidades computacionales, gran voluntad y enorme capacidad de acción) simplemente no son reales. La Economía conductual nos habla científicamente de la confianza, de las emociones, de la libertad, de la felicidad…
En su último capítulo, el autor nos aporta Diez lecciones para decidir desde la Economía conductual:
1. Cuidado con el exceso de confianza (Overconfidence, en inglés; la lengua de Shakespeare diferencia entre Confidence y Trust al referirse a la confianza; no así la nuestra). Es creer que lo harás mucho mejor de lo que realmente pasará (por ejemplo, el 90% de las personas se consideran mejores que la media, lo que es matemáticamente imposible).
2. No puedes creerte todo lo que lees. Por ejemplo, las etiquetas de los productos. Los derechos de los consumidores no llegan tan lejos. La letra escrita goza de una autoridad que muchas veces no merece.
3. Evita las situaciones que requieren de más autocontrol del que te es propio. Nos podemos lamentar. Solo si reconoces la falta de autocontrol y el impacto de una decisión en ello, acertarás. Para lograrlo, dialoga con personas de confianza.
4. No sigas ciegamente a la manada. Es un comportamiento tan frecuente como irracional. Desde las inversiones a los restaurantes de moda, es una conducta peligrosa.
5. No te fíes de todo el mundo. Por ejemplo, de todos los asesores financieros o de todos los brokers. Hemos de educarnos para comprender la información tanto de los productos y servicios como de la reputación de las personas.
6. Invierte de forma simple. Es decir, que la rentabilidad sea mayor que la media del mercado. Las inversiones más simples producen los mayores retornos (Gerd Gigerenzer).
7. Presta atención al tamaño de la muestra. Los éxitos excepcionales son eso, excepcionales. Si el tamaño de la muestra es pequeño, estadísticamente no es significativo.
8. Lee la letra pequeña. No tenemos tanto conocimiento como el que nos creemos. Hemos de tener cuidado al firmar documentos o comprar determinados bienes.
9. Ser encantador merece la pena. Frente a la “economía de mercado”, que parecía enseñarnos que ser encantador reporta costes, la realidad es que ser generos@ y amable es rentable. La Economía conductual ha demostrado que el buen trato, la equidad y la responsabilidad social impulsan la productividad. Es un hecho.
10. Edúcate a ti mism@. El aprendizaje, el desarrollo, son vitales (literalmente). La educación siempre tiene efectos positivos sucesivamente en la toma de decisiones.
Excelente libro, muy útil para adentrarnos en la Economía tal como la conocemos hoy.
Desde la Economía conductual, Manuel Laureano Rodríguez Sánchez, Manolete (1917-1947) es un caso de estudio. Uno de los mayores toreros de la historia, un ser humano manifiestamente mejorable. Al menos en la película, una marioneta sin criterio del que se aprovechaba más de uno.
   
¿Qué podemos aprender de Manolete, de este “fracaso” cinematográfico, para que no sea más que un error, una etapa en el desarrollo, en el crecimiento? Creo que merece además una reflexión sobre la globalización. La globalización no es elegir un puñado de estrellas internacionales (Brody, Cruz), un director europeo para escribir sobre los toros y la España de los años 40, pensando que así se van a abrir los mercados internacionales. Un respeto, que la globalización es más profunda y parte de la identidad cultural y del aprecio a la diferencia.
Podemos aprender (reflexionar, descubrir, aplicar para el futuro) o lamentarnos por las maldiciones, por el mal fario. “Nunca volveré a hacer una película de toros. Cuando empezaba en el cine, trabajé en El espontáneo con Jorge Grau, y luego en Más cornadas da el hambre, y siempre con problemas. Tendría que haber recordado lo que decía Orson Welles. Sencillamente, los toros y el cine no son un buen matrimonio”, ha declarado estos días Andrés Vicente Gómez. Es útil saber por qué: porque son artes muy diferentes, tal vez diametralmente opuestos. Manolete como maestro debía ser fascinante, con un dramatismo y un valor que entusiasmaban al público. En la (gran) pantalla se le presenta como un tipo permanentemente melancólico, que teme más a la vida que a la muerte, adicto a todo lo imaginable, con su perrito salchicha y llevado por unos y por otros (su representante, esta meretriz). Una lástima de ser humano, una tragedia antes de la tragedia del toro Islero en Linares.

Mi agradecimiento a los economistas conductuales que tanto nos enseñan, a los artistas y a los productores que, manejando las claves de la financiación, se fían de directores-guionistas que les proponen chollos de la globalización. Cuando el emperador está desnudo, está desnudo se ponga como se ponga.