En el tramo final de
las vacaciones de Riviera Maya, he estado leyendo libros de Historia de España
muy interesantes, ambos voluminosos (más de 500 páginas): el ya mencionado de
Francisco García sobre Las Navas de
Tolosa (edición del VIII Centenario) y La
Gran Armada, del catedrático de historia Geoffrey Parker (autor de Felipe II. La biografía definitiva) y el
arqueólogo submarino Colin Martin.
He disfrutado mucho de
esta obra, un relato minucioso y delicioso sobre la mayor empresa de Felipe II
que acaba con muchos mitos y demuestra que el desastre de la Armada invencible se debió tanto al mal
tiempo como a las malas comunicaciones. Los barcos españoles debían encontrarse
con el duque de Parma y su ejército para invadir Inglaterra, y efectivamente
llegaron a Calais, pero la flota española no pudo esperar a Parma.
Tratando de trazar un
paralelismo entre la batalla por excelencia de la Reconquista, en 1212, y la
que inicia la decadencia del Imperio español en el verano de 1588, se demuestra
que a lo largo de la historia, como en la vida empresarial y en el deporte, el
éxito no es por casualidad. “la historia se sostiene por sí misma y los únicos
pasados que han de olvidarse son los mitos” (Colin Martin y Geoffrey Parker, La Gran Armada).
He encontrado en el
relato de la Armada Invencible una especie de decálogo para que podamos
aprender y aplicar a nuestras realidades.
1. La microgestión del “Presidente”. Felipe
II no heredó precisamente el talento de su padre, Carlos V (viajero, soldado,
se expresaba fluidamente en cinco idiomas). Vestía siempre de negro (se sentía
incómodo de otra manera), careció de buenos mentores y se refugió obsesivamente en la
religión. Trabajaba más de 9 horas diarias, entre miles de papeles, en un
diminuto despacho y era un obseso en supervisarlo absolutamente todo. Todas las
órdenes debían llevar su firma personal. “La obsesión por el control de Felipe
II no conocía límites”. Voluntarioso, nunca ocioso, microgestor.
2. …Y su falta de cercanía. Dos niveles de Confianza. El Almirante
Howard (el cuarto Howard que ocupaba el puesto de almirante bajo los Tudor)
contaba con la entera confianza de su soberana, la reina Isabel I. Felipe II
formulaba la estrategia (desde su despacho) y no permitía la más ligera
desviación. El emperador nunca fue en persona a dar instrucciones a sus
comandantes, a diferencia de la reina inglesa. Medina Sidonia, como antes Parma
y santa Cruz, estaba convencido de que la “empresa de Inglaterra” iba al
fracaso, pero no se atrevió a decírselo a su rey. Por el contrario, la reina
Isabel tuvo su “arenga de victoria” en Tilbury el 18 de agosto, tras cuatro
enfrentamientos.
3. La burocracia improductiva. Contra lo
que se ha dicho históricamente, los barcos españoles no eran especialmente
grandes, pero no disparaban sus cañones con la suficiente frecuencia. “La
respuesta radica en los procedimientos y rutinas de combate altamente
especializados para los que los españoles se habían equipado y preparado, pero
que, llegado el momento, se mostraron incapaces de cumplir”. La estrategia
británica fue aislar y hundir elementos separados de la flota española:
“arrancar sus plumas poco a poco” (Howard).
4. La inexistencia de equipo. “Los
españoles tenían más oficiales en sus barcos que nosotros; tienen un capitán
para su barco, un capitán para sus artilleros y tantos capitanes como compañías
de soldados; y sobre todo tienen un comandante sobre el resto, algo parecido a
un coronel. Esto crea gran confusión, y constituye muchas veces causa de
amotinamiento entre ellos. Alborotan y pelean normalmente a bordo de sus
barcos, como si estuvieran en tierra” (sir William Monson, veterano de la
campaña de la Armada, La deficiente
gobernación de los buques españoles). “Sus barcos son manejados enloquecida
y bestialmente, como pocilgas y rediles en comparación con los nuestros”. “Cada
hombre es su propio cocinero y aquel que no es capaz de aderezar su propia
comida ya puede ayunar”. Efectivamente, los barcos ingleses tenían cocina
comunitaria y los españoles no.
5. La ausencia de comunicación. La Armada
nunca llegó a ser una fuerza coherente. Mientras la Armada avanzaba de Lisboa
hacia Flandes, la correspondencia era unidireccional: de Medina Sidonia a
Parma, sin retorno. “Los mensajeros de la flota se retrasaron, porque Parma se
puso en marcha tan pronto como recibió noticias de la aproximación de la
Armada, después de un año espera. Por tanto, si estos mensajeros hubieran
llegado un poco antes o si la Armada hubiera tardado un poco más, la conexión
podría haberse hecho realidad”.
6. Cuidado con confundir la espiritualidad
(valores, fe) con el fanatismo. Medina Sidonia no confiaba en el plan de
Felipe II, “El Gran Designio”. Después de 32 años en el trono, el rey Felipe se
consideraba omnisciente e inspirado por la divinidad. El monarca recurrió al
imperialismo mesiánico. El grito de batalla: “Álzate, Oh Señor, y haz valer tu
Causa”. “Siempre que un obstáculo amenazó la empresa, Felipe inisitió en que
Dios obraría un milagro”. El milagro no se produjo. Y por cierto la tesorería
del rey tuvo que suspender todos los pagos en 1596.
7. Las fuerzas de la naturaleza. El 30 de
mayo la Armada zarpa de Lisboa (un temporal había dañado los barcos en
noviembre anterior). Y el 19 de junio se refugia en La Coruña por otro
temporal. El 30 de julio entra en el Canal de la Mancha. El 6 de agosto llega a
Calais. El 10 de agosto de 1588, en el Mar del Norte, el tiempo fue
anormalmente malo. Los vendavales (vientos
de Dios, para los anglicanos) perjudicaron claramente a los españoles.
8. El talento del principal ejecutivo. Don
Alonso Pérez de Guzmán el Bueno, 12º Señor y 5º Marqués de Sanlúcar de
Barrameda, 9º Conde de Niebla y 7º Duque de Medina Sidonia, capitán general del
mar océano, con 125 barcos y 30.000 hombres de la Armada bajo su mando, era un
hombre de tierra adentro, “sin ninguna experiencia previa acerca de la guerra
marítima”. ¿Cómo es eso posible? Su antecesor –desde 1584- fue don Álvaro de
Bazán, Marqués de Santa Cruz, el único Almirante de la historia que no perdió
ninguna batalla naval (no, no fue Nelson, que perdió en Santa Cruz de
Tenerife). Es Bazán quien le oferta al
rey un plan de invasión en marzo de 1586 con 55.000 soldados y 150 barcos, con
oficiales administrativos, servicio médico y policía militar, que a buen seguro
habría funcionado, pero murió en Lisboa en febrero de 1588, cinco meses antes
de partir. Con Bazán, la conquista de Portugal y las Azores entre 1580 y 1583,
pero ya no estaba. Medina Sidonia se resistió al nombramiento, pero Felipe II
no aceptaba sugerencias. Tres meses después de la muerte de Santa Cruz en
febrero, la flota estaba dispuesta para zarpar (130 barcos, 18.973 hombres).
Frente a Medina Sidonia, la flota británica bajo el mando del lord almirante
Howard y sir Francis Drake (el pirata que asoló el Atlántico y amenazó las
costas gallegas).
9. El aprendizaje como mejora radical. La
verdadera humildad es aprender. “A pesar de la escasa ayuda del Consejo, Howard
y su flota mejoraron radicalmente sus tácticas a medida que fue avanzando la
campaña”. Todo lo contrario que la Armada: la burbuja de su invencibilidad se
había pinchado. La flota inglesa “hizo buen uso de la muy fiable calidad de sus
excelentes y veloces navíos, no abarrotados de soldados inútiles, sino con las
cubiertas despejadas para el uso de la artillería, de manera que pudieran
emplearlas a cualquier hora para dañar al enemigo” (Petruccio Ubaldino). El 10
de agosto, Medina Sidonia decidió regresar a España derrotado. El 21 de
septiembre llegó a Santander con ocho maltrechos galeones.
10. Ahora vas… y lo cuentas. A pesar de
todos los factores externos, los británicos vendieron su triunfo contra la Armada invencible como una aplastante
victoria naval. Fervor patriótico, euforia de la salvación. “Los propagandistas
se emplearon a fondo”, escriben los autores. Y alimentaron la “leyenda negra”,
que los propios españoles nos hemos creído. El 10 de noviembre de 1588, Felipe
II manifiesta desear la muerte. Dos semanas después, el 24 de noviembre, gran
ceremonia de Acción de Gracias en la catedral de San Pablo de Londres.
¿De quién fue la
culpa? ¿De Parma, que no apoyó a la flota? ¿De la inexperiencia de Medina
Sidonia? ¿Del mal tiempo (“contra los hombres les envié, no contra los vientos
y la mar”, al parecer dijo Felipe II según su biógrafo Baltasar Porreño)? “A
pesar de sus defectos en cuanto a bastimentos, diseño, organización y
liderazgo, la Armada había sido capaz de alcanzar Calais en perfecto orden, y
de no haber sido por la estratagema de los brulotes, que rompió la disciplinada
formación de la flota antes del enlace con Parma, el Gran Designio de Felipe II
podía haberse coronado por el éxito”, opinan Martin y Parker. Con todo, los
autores consideran que si hubieran llegado a las costas británicas, habrían
destronado a Isabel Tudor. “Inglaterra carecía de los recursos vitales para
resistir una invasión: si la Armada hubiera llegado a desembarcar, no se
disponía de fortificaciones ni de dinero suficientes para detener a los
españoles”. Una lástima.
Imaginemos que es una
especie de juego. Te aproximas al éxito si cuentas con 100 puntos, y puedes
quitar 5 puntos por cada una de estas diez variables. Si en tu organización el
“presidente” practica la microgestión, le falta cercanía, la burocracia es
improductiva, no hay equipo ni comunicación, se confunden los valores con el
fanatismo, actúa el clima, el principal ejecutivo carece de talento, no se
aprende (los errores se convierten en fracasos) y no se difunden las mejores
prácticas, es más que probable que los resultados no acompañen. ¡Qué mala
suerte! Y no puede ser de otro modo.
Liderazgo, Talento,
Desarrollo. Si no aprendemos de nuestra historia, estamos condenados a
repetirla. Mi agradecimiento a los buenos historiadores, que tanto nos enseñan.