Al límite


Estamos en un fin de ciclo, y por ello las noticias a nuestro alrededor son sorprendentes y devastadoras. 
Hoy sábado varias portadas de los diarios repetían las mismas palabras: Al límite. En El País, por ejemplo: “España entra en situación límite”. En La Vanguardia: “La amenaza del rescate planea sobre las comunidades autónomas”. Incluso algún dibujante ha bromeado con que “la prima de riesgo va en 600” (ya está en 610), ese coche tan español… A nuestro gobierno se le nota desconcertado.
Por otro lado, Estados Unidos ha sufrido el horror de un nuevo tiroteo. En el estreno de la última cinta de Batman, un enmascarado de 24 años, doctorando en neurociencia, asesina a 12 personas y deja 55 heridos graves en un cine de Denver.
Y en Rusia, el presidente Vladimir Putin ha promulgado una ley que obliga a las ONGs a registrarse como “agentes extranjeros” (término que en la guerra fría era equivalente a espías). Tienen 120 días para hacerlo; si no, serán sancionados con multas de 9.200 dólares, 480 horas de trabajos comunitarios y hasta dos años de cárcel. La octogenaria Ludmila Alexéyeva, disidente en los tiempos de la URSS y presidente del GHM (Grupo de Helsinki en Moscú), que recibe fondos de la Unión Europea, el Fondo MacArthur y la Agencia para el Desarrollo Internacional de EEUU, se ha negado en rotundo y ha afirmado: “No sé qué habrá que sacrificar, pero mientras esté viva no lo consentiré”.

En un fin de ciclo como éste, pasan cosas gravísimas porque el sistema no es capaz de transformar su propio núcleo. En el caso de Rusia y la ONGs, es una demostración de que su “transformación democrática” tiene muy poco de tal. Todo el que no es amigo, es enemigo. Por eso, su Parlamento ha aprobado una ley que considera políticamente activas a “las ONGs que financien u organicen acciones políticas que persigan influir en la toma de decisiones de instituciones estatales”.
Y en el de Estados Unidos, los dos candidatos a la presidencia del país, Barack Obama y Mitt Romney, han cancelado momentáneamente la campaña, pero no se han atrevido a entrar en la polémica de las armas (el asesino había comprado legalmente varias de ellas y más de 6.000 balas de munición). Se estima que en el mundo hay unos 700 millones de armas de fuego, uno cada diez ciudadanos del planeta, y el presupuesto de defensa de EE UU es el 43% del de todo el mundo (el segundo es China, con el 7%). El presupuesto militar de Obama en 2011 ha sido de 750.000 M $, 31.000 M $ más que en 2010 y unos 100.000 M $ más que en 2010. El negocio de la guerra (en armas ligeras, en operaciones bélicas) es inmenso. “La industria militar necesita justificación para seguir y ahí tenemos la Industria del Miedo, fábrica de todos los demonios. Miedo al hambre, miedo a la comida, miedo a la vida, miedo a la muerte, miedo a la soledad, miedo a los demás. El miedo como uno de los dos motores del sistema capitalista, que se traduce en términos políticos con la existencia de países secuestrados condenados a obedecer en vez de hacer, donde las organizaciones internacionales gobiernan en realidad a los estados con el todopoderoso dios Mercado, un dios del Antiguo Testamente, un dios tronante con mucha mala leche, que mata y castiga” (Eduardo Galeano, escritor uruguayo).
Y respecto a nuestra “prima de riesgo”, que provoca que Alemania pague sus deudas al 1’5% de interés y España al 7%, ni el gobierno anterior (que dejó el país hecho una ruina, gastando lo que no podía permitirse) ni el actual (suspenso en comunicación, que en medio año pretende un ajuste del 11% del PIB y no puede evitar la intervención) han sabido/podido/querido la reforma profunda de la Administración, que es el “vuelva usted mañana” de Larra: “Gran persona debió de ser el primero que llamó pecado mortal a la pereza”.

España ha sido desde siempre una nación en la que lo público ha prevalecido sobre lo privado, que creó su “industrialización” no con emprendedores sino con grandes proyectos de las arcas del Estado y que pasó de una centralización asfixiante durante la dictadura franquista al cachondeo autonómico.
Tenemos una administración muy poco productiva (salvo excepciones muy de agradecer), mal gestionada, muy poco liderada (cuando la calidad directiva es el 60% de la productividad). Nadie le pone el cascabel al gato de la burocracia: profesionales aburridos, mediocre calidad de servicio, inexistente gestión del desempeño, nula meritocracia. Lo peor, siendo esto grave, es que esta actitud se extiende a empleados en entidades financieras, empresas de servicios, industrias, etc. porque hay pocos “funcionantes” (servidores que aportan valor) y muchos “no funcionantes”. Esta mañana, sin ir más lejos, he ido con Zoe a una tienda de una conocidísima empresa de juguetes. Para pagar, una cola enorme. Pregunto por la encargada, y es precisamente la que está haciendo de cajera. De cuatro cajas, sólo tienen abierta una (me dice la encargada/cajera que es que se han caído los terminales). Y cuando nos toca, y nos pide disculpas por la tardanza de una forma aburrida y sin sentirlo en absoluto, le pregunto por qué no están otras empleadas en esa caja y ella dirigiendo (las empleadas de la tienda estaban de dos en dos, charlando animadamente entre ellas fuera de las cajas) me responde que “son nuevas y no saben hacer nada”. Estupendamente.
Estamos al límite. Ni Rusia parece capaz de atacar el núcleo de su sistema, ni Estados Unidos del suyo, ni España del nuestro…

Me ha gustado la entrevista en El Mundo a Daron Acemoglu, nacido en Estambul hace 44 años, economista (Doctor por la London School of Economics), profesor del MIT, autor de Por qué fracasan las naciones. El Dr. Acemoglu tiene las ideas muy claras: “Los lugares más pobres son aquellos en que el Estado centralizado ha sido erosionado”. “Lo que explica el éxito o el fracaso de un país son las instituciones políticas, no la geografía o el clima”. “Puede que ahora haya gente que no esté de acuerdo, pero la Unión Europea ha sido un enorme éxito”. “La falta de control fiscal ha creado gorrones en la UE. Grecia es gorrona. España también, a un nivel menor”. Y en el mismo diario, “Si los políticos tienen que solucionar la crisis económica, el problema no lo busquemos en los números sino en la política” (Ernesto Sáenz de Buroaga). Y añade: “El ciudadano español ha dado una muestra de ejemplaridad en los recortes (…) pero cuidado que no es tonto y ha visto cómo la crisis la paga el contribuyente mientras la casta política disfruta de sus prebendas sin restricciones”. No por casualidad, la mayor parte de los parlamentarios y cargos públicos son… funcionarios, precisamente.
Esta tarde he estado viendo de nuevo (esta vez, en DVD) LA chispa de la vida, la última de Álex de la Iglesia. Una película tremenda, que no tiene nada de comedia (aunque su protagonista sea José Mota), sino de denuncia de la sociedad del espectáculo que nos hemos montado. Sinposis: “Roberto, un publicista en paro, es rechazado por todas las agencias en las que solicita trabajo. Su situación es desesperada. Ya nadie valora que fuera el creador del archiconocido eslogan “la chispa de la vida” de Coca-Cola. Todo cambia cuando de pronto sufre un accidente que le hace debatirse entre la vida y la muerte. Queda atrapado de tal forma que ni el Samur, ni los bomberos, ni siquiera los médicos se ponen de acuerdo en cómo rescatarlo. Lo absurdo y dramático del suceso provoca el interés de los medios de comunicación. El protagonista decide aprovechar su experiencia como publicista para explotar la situación, convirtiéndola en un espectáculo mediático. Para ello contrata a un representante. La idea es simple: Vender la exclusiva a las televisiones y solucionar para siempre el futuro de su familia”.
Al inicio, Luisa, interpretada por Salma Hayek (la esposa de José Mota en la cinta) le propone, después de casi dos años en el desempleo, vender la casa y marchar a México, donde tendrá muchas oportunidades para aprovechar su talento. Después de la humillación que sufre en la búsqueda de empleo con sus antiguos compañeros y del accidente en el Museo - Teatro romano de Cartagena, es seguro que Luisa volverá a México con sus hijos… Un final feliz, después de todo.
La chispa de la vida me parece una de las grandes películas sobre la crisis. Crisis económica, pero sobre todo crisis de valores, porque demuestra que casi todo el mundo va a lo suyo: los publicistas que tienen trabajo (Joaquín Climent, Santiago Segura, Nacho Vigalondo), el vigilante de seguridad que graba con su móvil para luego vender el vídeo, el representante (inmenso Fernando Tejero), su jefe (Antonio Garrido), el alcalde (Juan Luis Galiardo, en su último papel, que está fantástico), la directora del museo (Blanca Portillo), el presidente de la Comunidad Autónoma (José Manuel Cervino), el director de la cadena televisiva, Antena 5 (Juanjo Puigcorbé), el médico que quiere salir en la tele (Antonio Garrido). Sólo demuestran dignidad humana el vigilante principal (Manuel Tallafé), la propia Luisa (Salma Hayek) y una periodista local (Carolina Bang). Entre todos le mataron y él solo se murió.
Mi agradecimiento a quienes, como Álex de la Iglesia, como Daron Acemoglu, como Ernesto Sáenz de Buruaga, tratan de abrirnos los ojos.

“Quien limita sus intereses, limita su vida” (Vincent Price, 1911-1993, mítico actor de películas de terror).