La creatividad "vencezolana"

Lunes de octubre en Madrid. Por la mañana, reuniones en la oficina, proceso de coaching estratégico y con un cliente en el que impartiremos desarrollo del liderazgo el jueves, viernes y el sábado. A partir de las 3 de la tarde he tenido el privilegio de participar en el X Curso de Directores Deportivos en la Ciudad del Fútbol de Las Rozas, sede de la Real Federación Española de Fútbol. El Curso, que dirige Jorge Carretero, convoca a unos 70 alumnos en cada ocasión y un servidor tiene la suerte de impartir Liderazgo en la misma a alumnos, muchos de ellos grandes jugadores y entrenadores, que desean avanzar en su trayectoria profesional.

En la portada de El País de hoy, “La oposición de Venezuela busca su unidad ante Chávez en 2012”. La alianza Mesa de la Unidad Democrática consiguió el 50% de los votos frente al 48% del oficialismo. “El objetivo es presentar un candidato único en las presidenciales de 2012 surgido de un proceso de primarias que zanjaría los personalismos y alentaría la participación popular. La estrategia tiene un antecedente: la alianza de los partidos nicaragüenses en la Unión Nacional Opositora permitió en 1990 la derrota electoral de un Frente Sandinista que parecía invencible”.
En el citado artículo aparecen cinco líderes:
- María Corina Machado (la que recibió un mayor porcentaje de votos, el 85’28%. “Chávez ya la eligió como su rival idónea para las presidenciales de 2012: Me gustaría derrotar a una mujer burguesa (…) Lánzate, pues, burguesita de fina estampa para que veas lo que es la furia de un pueblo revolucionario contra la burguesía, contra el imperio. Sería la batalla ideal. Yo sé que ella tiene ganas”.
- Leopoldo López, alcalde de Chacao entre 2000 y 2008, inhabilitado por Chávez para ejercer cargos públicos. A sus 39 años es el coordinador de Voluntad Popular, que promueve la participación social y los liderazgos “de abajo arriba”.
- Ismael García, Secretario General del partido Podemos, de centroizquierda. Roberto Enríquez, 41 años, del socialcristiano COPEI: “Ya no es una quimera hablar de cambio. Es una certeza”.
- Y Eduardo Gómez Sigala, abogado de 56 años, ex presidente de la Confederación de Industriales: “El Gobierno ha intervenido todo el aparato productivo. De 12.000 industrias, quedan 7.000. La producción ha caído al nivel más bajo de su historia, y dependemos de las importaciones en agricultura, industria o servicios. De Brasil nos llega todo: desde alimentos a cemento. De ahí el apoyo de Lula a Chávez: Brasil es el gran beneficiario de la destrucción del sector privado en Venezuela”.

La creatividad de Venezuela es desbordante. Nuestra amiga Carolina Jaimes ha quedado finalista del premio “Así se cuenta la cultura popular” de la Fundación Bigott y la Cadena Capriles con “Yiyo de los milagros, una vivencia”. El relato, precioso, es el siguiente:

"Se llamaba Gumersindo Serrano, pero para nosotros era simplemente Yiyo.
Llegó a mi casa antes de que naciera mi mamá. No sé cuántos años tendría entonces, pero permaneció con una fisonomía inalterada toda la vida. No le gustaba que le tomaran fotos… sólo muy al final permitió que le tomara una foto con mis hijas… Menciono lo de las fotos porque en la única foto que mi abuela logró tomarle cuando mi mamá estaba pequeña, Yiyo aparecía idéntico a como yo lo conocí y como lo conocieron mis hijas.
El sombrero de pelo 'e guama formaba parte de su cuerpo. Usaba pantalones de caqui que no disimulaban sus piernas totalmente gambetas, lo que hacía que su caminar fuera divertido, pero jamás un impedimento: Yiyo trepaba las matas mejor que un mono.
El jardín era su hogar: Yiyo era el mejor jardinero del mundo. Todo lo que sembraba retoñaba y crecía fuerte y frondoso. Tal vez porque le echaba borra de café a la tierra. Y cuando Yiyo no estaba sembrando o desmalezando, barría. Su escoba era su compañera.
Yiyo era poseedor de una sabiduría ancestral. Pero en mi casa nadie se asombraba por las cosas que él hacía. Eran parte de nuestras vidas, como lo era el mismo Yiyo.
Yiyo podía, por ejemplo, apagar la fogata donde quemaba las hojas secas soplando desde muy lejos. Usualmente lo hacía cuando nosotros nos acercábamos demasiado cuando jugábamos a la "ere" o al escondite, y pasábamos en carrera desenfrenada cerca del fuego. Cuando crecimos más jugábamos a brincar sobre la fogata, y siempre, de lejos, Yiyo soplaba y el fuego se apagaba.
–¡No, Yiyo, no la apagues! –gritábamos.
–¿Y si te tropiezas? ¿Vas a quemarte las rodillas? –decía invariablemente.
–¡Yo no me voy a caer, ni me voy a quemar!
Pero era inútil pedírselo.
Cuando nos picaba algún insecto, Yiyo trituraba con sus dedos "tres hojitas" y nos las colocaba sobre la picada. Tenían que ser tres hojas distintas, aseguraba él. Esa receta siempre me ha funcionado, hasta para las picadas de avispas.
A Yiyo no le gustaban los insectos, porque los insectos se comían las matas que con tanto amor cuidaba. Los gusanos peludos, grandotes y de colores brillantes tenían en él a su peor enemigo. A esos gusanos les encantaba la mata de amapola. Y Yiyo esperaba pacientemente que la mata se cundiera de gusanos. Entonces agarraba un gusano, lo mataba, lo trituraba y lo enterraba al pie de la mata. Al día siguiente, si se veía de lejos, cualquiera creería que el suelo estaba cubierto por una alfombra mullida y multicolor. Pero al acercarse, se daría cuenta de que no se trataba de algo tan estrafalario como pudiera ser una alfombra debajo de una mata de amapola, sino que era una infinidad de gusanos muertos.
Tampoco le gustaban los camaleones. Siempre nos previno que si un camaleón nos llegaba a tocar, incluso a rozar, debíamos tomar agua primero que él, porque el que no tomaba agua primero, se moría.
Una tarde, mis hermanos y yo estábamos sentados en el murito que había alrededor de la mata de rosa de montaña. En esa mata vivían los camaleones. De pronto, un camaleón dio un enorme salto y cayó sobre mi hombro. Fueron fracciones de segundos que resultaron eternos y aterradores. No sé si fue por mis alaridos o sólo porque quería un apoyo para su siguiente salto, el camaleón siguió raudo su camino.
Entonces Yiyo salió de la nada, me llevó a la pila que había debajo de la glorieta de la mata de trinitarias, me metió la cabeza en el agua y me dijo:
–Rápido, niñita, toma agua, toma agua.
Nosotros teníamos absolutamente prohibido tomar agua de la pila: era agua estancada ya que la fuente había dejado de funcionar. Pero la manifiesta angustia de Yiyo y sus advertencias sobre que había que tomar agua antes que el camaleón pudieron más y tomé abundante agua de la pila. Aún recuerdo el sabor entre metálico y mohoso, no sé si por lo malo o por el miedo. Un rato más tarde, Yiyo se apareció con el camaleón muerto.
Si ese día fue una sorpresa que Yiyo hubiera salido de la nada, hubo otro día cuando demostró poseer el don de la ubicuidad.
Era un sábado en la tardecita y Yiyo, como siempre, había salido. Nosotros jugábamos en el jardín y los adultos conversaban en el corredor. Alguien observó lo feos que se veían unos alambres en el lindero con los vecinos. Mi papá decidió ir a cortarlos. Se subió en una escalera, alicate en mano. Cortó el primer alambre y subió dos peldaños más. Cuando trató de cortar el segundo, alcanzó a gritar:
–¡Me electrocuto!
El alambre estaba amarrado de un cable de electricidad.
Una tía abuela mía gritó:
–¡Corten la luz! –pero no había quien subiera al cuarto de los interruptores a hacerlo.
De repente, la luz se cortó y mi papá se bajó de la escalera, lívido. Yiyo, aparecido de la nada, había cortado la luz.
Pero si esta aparición resultó mágica, también lo resultó su obra más insólita. Supimos que era insólita por la reacción de un taxista que estaba en mi casa esperando a un tío mío.
Un día después de almuerzo salimos con pesadez al jardín donde esperaba el taxista. Buscamos sombra en la glorieta de la pila. De pronto, un "chiss, chiss, chiss" nos llamó la atención. Volteamos.
"Chiss, chiss, chiss".
¡Era una culebra cascabel, armada y lista para atacar!
–No se muevan - susurró el taxista.
En ese instante apareció Yiyo. Su presencia nos calmó. Sabíamos que él se encargaría de la culebra. Estiró el brazo con el que sostenía la escoba en dirección a la culebra y se la quedó viendo fijamente. Fue algo que jamás olvidaré. La cabeza de la culebra comenzó a temblar. Luego le tembló todo el cuerpo. La lengua, segundos antes erecta, le quedó colgando. El "chiss, chiss, chiss" ahora sonaba más rápido. ¡Chiss, chiss, chiss, chiss, chiss, chiss! Estaba agonizando. Y Yiyo seguía viéndola fijamente, apuntándola con la escoba.
Finalmente cayó muerta. Nosotros celebramos con alborozo. Pero el pobre taxista estaba espantado. Tomó la manguera, se echó agua en la cara, balbuceó algo que no entendimos, se montó en el carro y salió en retroceso a toda velocidad.
Lo mágico de estar con Yiyo lo volví a vivir cuando mis hijas estaban chiquitas y les encantaba estar cerca de él, tanto como le había encantado a mi mamá cuando era niña y más tarde a mis hermanos y a mí.
Cuando yo venía a Caracas, Yiyo y mis hijas pasaban horas juntos. Siempre cerca, pero siempre haciendo algo, porque Yiyo no sabía estar sin hacer nada. Le preocupaba que mi hija mayor no caminara bien y me preparó un menjunje de aguardiente con una culebra morrona que amorosamente envasó en un frasco de vidrio, para que yo le diera fricciones en las piernas. Lo hice con la fe absoluta de que si Yiyo lo había hecho, tenía que funcionar.
Un día me dijo que iba a encargar un chivo vivo, porque la "cagarruta" de chivo era también muy buena para dar masajes y mejorar los trastornos de la marcha. A todo el que llegaba le preguntaba si iba por los lados de Lara o Falcón para que le trajeran el chivo.
Recuerdo el día de las fotos. Yo tenía tiempo pidiéndole que me dejara retratarlo con las niñitas porque conocía su reticencia, sin embargo no perdía la esperanza de que se dejara retratar. Ese día se acercó con su escoba y unas mangas que había recogido.
–Toma para que les des mangas a las niñitas. Y trae la cámara para que me tomes las fotos con ellas – me dijo.
Yo literalmente volé a buscar la cámara antes de que se arrepintiera. Las fotos quedaron bellísimas. Tal vez Yiyo, con esa intuición que tenía para todos los hechos naturales, intuyó que el final estaba cerca y quiso dejar un recuerdo.
–La muerte está en la mata de manga –me dijo una mañana. Eso mismo había dicho unos días antes de que mi papá perdiera la vida en un accidente de tránsito.
–¡Ay, Yiyo, no digas esas cosas! –le pedí.
–Ahí está… pero no te preocupes, me está viendo a mí –dijo con naturalidad.
Yiyo falleció una semana después, un día en que olía a tierra porque había caído un aguacero, justo en el momento en que salió de nuevo el sol, los pajaritos trinaban y un magnífico arco iris cruzaba el cielo de Caracas, desde Petare hasta el centro. Esa maravilla sensorial fue el merecido homenaje de la Naturaleza a su amigo de sombrero de pelo 'e guama, alma transparente y generosidad ilimitada.”

Ayer estuve viendo de nuevo “Hermano”, una película venezolana sobre el fútbol, los sueños y el futuro, dirigida por Marcel Rasquín. Daniel es un delantero espectacular y su hermano Julio, el capitán del equipo, un líder nato. Un cazatalentos del Caracas F. C. les invita a una prueba. Tendrán que decidir su destino en un entorno especialmente hostil. Es una de las mejores cintas que he visto este año. Para Marcel Rasquín (es su “ópera prima”), “el barrio sería uno de los sitios más sabrosos para vivir si no existiera la violencia y si tuviera los servicios”.

Así es la creatividad “vencezolana”. La creatividad venezolana que vence.

Mis agradecimientos de hoy a Lucas, Javier, Mar, Natalie, Óscar, Marcel y Carolina.