Los reyes del terror

Lo he pasado estupendamente bien esta mañana con el Grupo B del Master en Desarrollo Personal y Liderazgo de la Universitat de Barcelona, una titulación impulsada decisivamente por Borja Vilaseca. Un grupo estupendo de unas 30 personas muy interesadas en aplicar el Liderazgo Consciente para sus actividades profesionales (desde la gestión hospitalaria y los trastornos del sueño a la interpretación teatral, pasando por el diseño e implantación estratégica en la administración pública, el marketing para pymes o los modelos de negocio en una de las mayores multinacionales de gran consumo).Gente atenta, dedicada, concentrada en el aprendizaje y con enorme amor por lo que desean hacer para ser felices y hacer felices a los demás.

Tenía previsto el vuelo a Madrid de las 4 de la tarde. En la T1 del Aeropuerto de El Prat, he vivido en mis propias carnes estas movidas de "cenizas islandesas" y sus indeseados efectos. Laura, la persona que me iba a recoger en Barajas, me ha llamado a eso de las 15.20 h. comentándome que en la Cadena Ser habían dicho que el aeropuerto de Barcelona se cerraba a partir de las 15.30 horas. En El Prat, ni la más mínima indicación. A las 15.30 horas, han cancelado el vuelo sin más comentarios. Visto lo visto, me he dirigido hacia la salida (si llego a facturar equipaje me hubiera quedado atrapado en El Prat), he pedido un taxi y me he dirigido a la estación de Sants, para tomar el AVE de las cinco. ¿A quién beneficia todo este escándalo de las cenizas? Que cada uno saque sus propias conclusiones.

Tal como van las cosas, no me extrañaría que algunos gobiernos y grandes corporaciones ficharan para su política de comunicación a Stephen King y autores similares. A sus 62 años (35 de carrera literaria), Stephen King ha escrito unos 70 libros y ha vendido más de 350 millones de ejemplares. Algunos son clásicos como Carrie o El resplandor, otros más bien flojillos. Acaba de publicar La cúpula, una obra de más de 1.000 páginas, sobre una localidad de Maine que queda aislada del resto del mundo por un campo de fuerzas (¿no iba de eso la película de Los Simpsons?). Se constituye un gobierno tiránico que llevará al desastre. Atención amigos: el terror lo provocan gobiernos (en la ciudad, en la empresa) autocráticos. Stephen ha pretendido, en sus palabras, “reproducir a pequeña escala las consecuencias del fundamentalismo religioso y la incompetencia de George Bush y Dick Cheney”. La cúpula ha estado cuatro semanas como nº 1 en EE UU y Spielberg ha comprado los derechos para una miniserie.

En el AVE, me he puesto a ver en el portátil Centauros del desierto (The searchers), de 1956. Para Steven Spielberg, la mejor película de la historia del cine (y para Manuel Pais, de la Escuela de Negocios Caixanova, que la ha visto en infinidad de ocasiones). Mis favoritas son Laura, El hombre tranquilo (también de John Ford) y Casablanca. Sin embargo, este western está en lo mejor de la historia del cine. La búsqueda por parte de Ethan Edwards (John Wayne) y Martin Pawley (Jeffrey Hunter), un fornido y valiente Don Quijote y un atemorizado Sancho, de una niña blanca secuestrada por comanches a lo largo del Lejano Oeste es una aventura fascinante. Desde que he tenido el privilegio de participar en el Challenge 2010 de EBS por aquellas tierras, tienen un significado distinto (de amistad, de equipo, de reto) para un servidor.

En la prensa de hoy, además de la generosa referencia de Gabriel Masfurroll sobre Liderazgo Guardiola en su Tribuna de Marca y el suplemento sobre Rafa Nadal (el tenista más feliz del mundo) en el mismo diario, la última entrevista a Juan Antonio Samaranch (por el nieto de su hermana Carmen, Guillem Carbonell). Le impresionaron mucho Indira Gandhi y Nelson Mandela. Interpretaba la crisis como que “queriendo o sin querer, nos hemos acostumbrado a una vida de riqueza que no se correspondía con lo que es el país”. La gran recomendación a sus nietos es que estudien. “La educación es muy importante”.

En El Pais, entrevista de Bárbara Celis en Boston a Paco de Lucía, investido Doctor Honoris Causa por el Berklee College of Music, la institución más prestigiosa en el mundo musical. Para él, el éxito es “tocar bien. Y dentro de mi tradición crear un camino por que sea aceptado y pueda influir y del que puedan copiar los demás profesionales de mi música. El resto es agradable, lo de ganar dinero y que te llamen “maestro”, pero el éxito con mayúsculas es que te reconozca la gente de tu profesión”. El reto de Paco de Lucía, que prepara nuevo disco, es “crear la sorpresa. Y eso es lo que busco, el lugar por donde no ha pasado nadie, que el que la escuche se sorprenda, y es muy difícil, porque todos vamos por lugares comunes. Sólo si me sorprendo a mí mismo sorprendo a los demás. No es fácil”.

Del suplemento Empleo y Directivos de Cinco Días, me quedo con la reflexión que hace Paz Álvarez a partir del estudio Infova-OCHE sobre lo que opinan los ejecutivos españoles. Las cualidades que esta muestra de 800 directivos declara sobre un jefe ideal: que comunique bien (68%), que aporte recursos (50%), que resulte agradable (20%), que tenga formación universitaria (16%) y que sea amigo de sus colaboradores (8%) me atrevo a calificarlas de deplorables. El auténtico liderazgo es mucho, pero que mucho, más que eso. “La mayoría de los ejecutivos desaprueba la forma en que sus jefes toman decisiones” (Iñaki de Miguel, OCHE). Pues estamos buenos.

En Expansión & Empleo, Tino Fernández también habla de los jefes tóxicos: Jefes que triunfan con anti-valores. Interesante la perspectiva, enn la que participan mis amigos Douglas McEncroe, Ovidio Peñalver y Paco Muro. Echo a faltar en el artículo que con esos anti-valores (la tiranía, la falsedad, la improvisación, la ira) no se triunfa jamás. Como dice Tino, en malas épocas se recurre a profesionales que usan atajos y hacen el trabajo sucio. Debería quedarnos muy claro a los lectores que esos jefes tóxicos impiden la innovación, el desarrollo del talento, el servicio al cliente, el trabajo en equipo, que son las únicas formas de salir fortalecidos de la crisis. Los jefes tóxicos destruyen las compañías y matan (reducen 10 años la esperanza de vida) a las personas.

Más allá de casos puntuales como el de hoy en el aeropuerto, los reyes del terror sólo asustan a los fácilmente impresionables, a las mentes infantiles. El resto deberíamos desenmascararlos.