Lo efímero y la conciencia

He disfrutado mucho del desayuno con mi amigo Fernando Giner, Director de Estema, en el Hotel Barceló frente a la Ciudad de las Ciencias. Fernando es un gran profesional, un apasionado de la formación y el desarrollo, y su libro sobre esta crisis es uno de los mejores que se han escrito (en nuestro país y fuera). Hemos estado charlando sobre la salida de estos momentos difíciles, sobre Liderazgo y Talento y, por supuesto, sobre Pep Guardiola, un modelo a seguir.

Y de 9 a 13.30 horas, clase precisamente sobre Talento (más en concreto, sobre Liderazgo). Muy dinámica, muy participativa, con directivos que saben muy bien lo que quieren y lo que necesitan personal y profesionalmente. Ha sido muy gratificante trabajar a estas alturas del año con personas que aprecian tanto el valor de estos conceptos y la practicidad de su mejora.

Aunque mañana comentaré, como suelo hacerlo, la prensa del fin de semana, hoy sábado se han publicado dos artículos que me han llamado poderosamente la atención.

Uno es de Vicente Verdú (autor, entre otros libros, de El capitalismo funeral), que se titula El encanto de lo efímero. Comienza con fuerza: “Los partidos políticos ya no interesan a nadie pero, en su lugar, han ganado muchísimo público los movimientos sociales. ¿En su lugar? No exactamente en aquel lugar ahora envejecido, desvencijado y tan pestilente como corrupto, sino en un nuevo territorio a donde la gente acude respondiendo a una llamada ocasional que, tras atenderla durante unas horas, se vuelve a casa. Ningún partido político sería capaz de provocar la gran kermesse que ha desencadenado el caso de Aminetu Haidar en nombre de una ignorada causa, pero el humanitarismo sí. Los movimientos sociales se nutren de bondad y medias, acaso por unas horas, unos días, pero con ello reúnen desde cantantes a directores de cine, desde premios nobeles a vecinos de barrio.
Verdú enumera las “múltiples ventajas” (como dijera Carmen Maura en aquel papel de vendedora de pisos en La Comunidad, de Álex de la Iglesia): el compromiso dura menos y la independencia es mayor; “no es apenas necesario pensar, basta con sentir” (coherente con la economía conductual), no es necesario profesar una ideología… “De ese modo, el que se une a un movimiento social no se siente una facción sino el mejor rostro –mejor facción- de la especie humana, sea a propósito de la guerra, la naturaleza o el sida.” Y añade Vicente Verdú: “No hay quien mueva un dedo por la utopía de Zapatero ni de Rajoy porque a su misma declinación han contribuido también la obscena mendacidad de sus predicadores. Mentiras gordas que no sólo han terminado con la credibilidad de los partidos y sus jefes sino que han hecho crecer una serie de anhelos apolíticos, antipolíticos o postpolíticos centrados en asuntos tan claros y concretos como la mejora de la ciudad y su urbanismo, del trabajo y su compatibilidad familiar, de la justicia y sus aterradores plazos, de la energía y su seguridad, de la enfermedad y sus amparos, de la nueva educación y su sentido.”
Las últimas manifestaciones de cambio en Ucrania o en Italia, nos recuerda Verdú, han tomado el nombre de un color (revolución naranja, revolución violeta). Como los lazos que uno se pone y se quita. Y concluye el autor con la misma brillantez: “La decadencia o la desaparición de las utopías políticas se corresponde con el declive de la ciencia-ficción. Los libros que se disputan la inauguración de la ciencia-ficción son Frankenstein de Mary Shelley, en 1818, o La máquina del tiempo, de Wells, en 1895. Ambos en torno al paso de un siglo a otro. Frente a ello, los años en torno al siglo XXI no han conocido otra ciencia-ficción que no sea la abstracción de “otro mundo es posible”. En su lugar (¿en su lugar?) las utopías han sido reemplazadas por “fantasías” y los personajes mutantes por el señor de los anillos, Da Vinci reciclado o Harry Potter. En parte ensoñaciones infantiles, en parte formas masivas de pasar el rato.”

En la penúltima página de Expansión, Gabriel Masfuroll, Presidente de USP Hospitales y ejecutivo al que admiro mucho, escribe la segunda parte de Alguien tenía que decirlo. “Tenemos en España 9 millones de personas que han cruzado el umbral de la pobreza y, como dice Andrés Trapiello, “aquí casi todos (el resto) miramos hacia otra parte”. Prima, como dice GM, el pan para hoy y, si no rectificamos, el hambre para mañana: el cortoplacismo, la dádiva… “La corrupción ha aflorado e imagino que sólo es la punta del iceberg, pero también estoy seguro de que jamás veremos ni conoceremos el témpano entero, como sucede siempre (hoy por ti, mañana por mí)”. Gabriel Masfuroll cita a Duran i Lleida: “los ciudadanos están hartos de nosotros” y al pintor Manolo Valdés: “pues mira la política. Ha perdido vínculo con la sociedad. Creo que goza de un protagonismo excesivo. Hablaba hace poco de esto con Valentín Fuster en Nueva York. Con lo que algunos hemos luchado por la libertad… Parece que es espíritu se ha perdido. Ya no puedes decir lo que piensas. Cuando vengo a Madrid siento que debo tomar siempre precauciones respecto a lo que quiero decir según a quien tenga delante. ¿Por qué tanta censura? Aquí tienes que tomar posición constantemente, no puedes ser neutral. Esto no sucede en Nueva York, donde se ha entendido que uno de los valores del siglo XXI es la diversidad, sin miedo”.

Creo que en 2010 van a pasar muchas cosas. Que la nueva “utopía” de la ciencia-ficción no es un libro (ni siquiera un best-seller de Dan Brown o Stieg Larsson) sino una película: Avatar, como corresponde a la “era conceptual” que se estrena el día 18 (en una entrevista publicada hoy en El Mundo, James Cameron, su creador, define el éxito como “poner a un equipo a trabajar sobre un problema y solucionarlo”). Una conciencia sobre lo que está pasando en el planeta. ¿Terminaremos por aquí con la política a la italiana, a la argentina, como decía esta mañana mi amigo Fernando? ¿Aparecerán “mesiánicos salvadores de patrias”?, como apunta Gabriel Masfuroll (que advierte además, que “en Cataluña tenemos uno en ciernes”).

Nos lo enseñó el poeta: “No está el mañana –ni el ayer- escrito”.