El arte contemporáneo

He leído uno de estos días de Santander el libro de José Javier Esparza Los ocho pecados capitales del arte contemporáneo. Esparza es un periodista dedicado al mundo de la cultura desde hace dos décadas y considera esta obre “una denuncia despiadada y profunda de las estafas del arte contemporáneo”.

El autor aclara desde el principio que “este no es un libro contra el arte contemporáneo”, sino contra sus abusos. Para él, el problema tiene tres dimensiones complementarias: la creación artística contemporánea es en general ininteligible para el ciudadano común, para la persona entrenada (el ciudadano culto) y además se convierte en escandalosa, indecente, “cuando vende como ‘arte’ creaciones o productos que en modo alguno pueden serlo”.

Para José Javier Esparza, son rasgos específicos del arte contemporáneo:
1. La búsqueda obsesiva de la novedad. Antes, el arte estaba ligado a la tradición. Desde las vanguardias artísticas, a finales del XIX, prima “el último grito”.
2. La desaparición de significados inteligibles. “Es como si la cultura occidental, en un momento determinado, decidiera prescindir de la realidad exterior”. La extrema ininiteligibilidad.
3. La transversalidad de los soportes. Se han convertido en objeto de arte materiales que nadie habría utilizado jamás.
4. La consagración de lo efímero, por la sucesión de “olas” que anegan al arte. Busca lo efímero en sus materiales, sus composiciones y sus mensajes. “La moda no podría sobrevivir sin ese proceso de permanente aniquilación”.
5. La vocación nihilista de la cultura contemporánea (“pinto las cosas como las siento, no como las veo”, Picasso).
6. La sintonía con un poder concebido como subversión. Es el poder de la economía y de la técnica, que lo convierte todo en mercado.
7. El naufragio de la subjetividad del artista, incapaz de hacerse entender. Falla su capacidad de comunicación con la sociedad.
8. La obliteración absoluta de la pregunta por la belleza. El propio concepto de belleza ha sido puesto fuera de la circulación.

Esparza enumera múltiples ejemplos de este sinsentido (la instalación eléctrica de palabras en las navidades navideñas, Damien Hirst y sus cuerpos de animales, los hermanos Chapman, Xiao Yu, Rudolf Schwarzkogler y su amputación del pene, etc.). El desmedido papel del artista es heredero del romanticismo, del mito del “genio creador”: “el arte está hecho para perturbar y la ciencia para tranquilizar” (Georges Braque).

El autor nos regala en este libro otros dos ensayos: Miradas sobre la nada (“Nihilismo: negación de todo, apoteosis de la nada. El tiempo de la nada. Nuestro tiempo”). Desde la nada física (los agujeros negros) a la nada humana: el espíritu de la aniquilación. Y El arte en la sociedad del espectáculo (la televisión como escenario del mundo). El papel de las artes escénicas lo representa hoy la TV. En esta “sociedad del espectáculo”, el cine ha dado paso a la televisión (“el cine es la manifestación por excelencia del arte en la época de su reproductibilidad técnica”, decía Walter Benjamín). La TV, definitivamente, no es un género artístico, sino una técnica, efímera, de usar y tirar.

Me ha parecido apasionante la reflexión de José Javier Esparza. En nuestro mundo actual, ¿cómo diferenciar una auténtica “obra de arte” de una tomadura de pelo? Para un servidor, el arte ha de tener la capacidad de conmover, de generar emociones. Si no me emociona, no es arte. La casi totalidad de los programas de televisión (¿formar, informar, entretener?) no me emocionan en absoluto; muchas películas, tampoco. Y lo mismo puede pasar con ciertas obras que se exhiben, por ejemplo, en el Guggenheim de Bilbao (donde el continente suele ser tan artístico o más que el contenido). Sin embargo, hay artistas contemporáneos a los que admiro sin concesiones, desde Agustín de Ibarrola (el Bosque de Oma, en Urdaibai, el Monumento a las víctimas del terrorismo en la Península de la Magdalena de Santander, su obra pictórica) a Eduardo Chillida, pasando por grandes pintores dominicanos como Guillo Pérez o Cándido Bidó). Sus obras suelen estar a mi alrededor, y estoy convencido de que me ayudan a generar energía positiva. Me conmueven las obras de Antonio López, Miquel Barceló, Eduardo Naranjo, Juan Uslé, César Manrique y tantos otros… De igual forma que José Antonio Marina invita a la ciudadanía a recuperar la dignidad, la autoridad propia y la credibilidad ante los demás, respecto al arte contemporáneo deberíamos tener criterio y buen gusto. Saber discernir el arte de la patraña.

“¿Ya no somos capaces de vivirnos como arte?”, se pregunta en estos Ocho pecados capitales… José Javier Esparza. Me parece una pregunta de lo más relevante. Hemos de ser capaces de vivir y trabajar en organizaciones que sean obras de arte (fue la obsesión de Konosuke Matsushita, fundador de National y Panasonic, el mayor emprendedor del siglo XX) y hacer de nuestra vida una obra de arte, que influya positivamente en las emociones de los demás. Una labor quijotesca, sin duda. Por eso merece la pena.