En busca de Leonardo

Salida a Florencia esta mañana. Estaré en la cuna del Renacmiento hasta el domingo, en el II Seminario de formación Pearson Educación dirigido a Directivos de centros educativos (el primero, celebrado en París y Eurodisney hace un año, fue un exitazo).

A todos los participantes (unos 40), responsables de algunos de los mejores colegios de nuestro país, les ha regalado Pearson Educación mi libro Leonardo da Vinci y su Códice para el Liderazgo. Un análisis, en términos de diálogo (la fórmula más profundamente humanista) entre un historiador virtual y el propio Leonardo. Todo lo que dice el genio del Renacimiento está extraído de sus Códices. Tal vez por eso, el poeta Luis Alberto de Cuenca señala en uno de los dos prólogos (el otro es de Rosa García, de Microsoft) que es en este texto donde ha visto al maestro más profundamente humano.

Leonardo, un chico del campo hijo ilegítimo de un notario, vino a estudiar y a trabajar al taller de Verrochio (1435-1488), uno de los mejores de la ciudad, cuando apenas tenía 16 años. Aquí compartió años con Botticelli, Perugino, Ghindarlaio y un laro etcétera. Florencia se convirtió en lo que conocemos gracias a un “proyecto educativo” de 1428 que transformó el sistema de aprendizaje y permitió atraer (especialmente tras la caída de Constantinopla en 1453) a los mejores maestros de latín y griego. En 2004 el consultor Frans Johansson llamó “efecto Medici” a esta conjunción de factores que genera un contexto especialmente creativo, una explosión de innovación. Como la Atenas de Pericles, la Viena de Strauss, el París de principios del XX o el Nueva York de 1950.

Paseando esta tarde por esta magnífica ciudad, por la plaza del Duomo, la de la Signoría, etc. pensaba en cómo se había forjado la genialidad de Leonardo. Básicamente, de la valentía y de superar adversidades. El gran experto en educación Howard Gardner tiene escrito en su libro Mentes extraordinarias que ““Uno debe explotar los asincronismos que le han ocurrido, vincularlos a un ámbito prometedor, reencuadrar las frustraciones como oportunidades, y sobre todo, perseverar”. Así es. Leonardo aprendió mucho en esta gran ciudad, pero como campesino e iletrado (“hombre sin letras”) no siempre lo pasó bien. Por ejemplo, le acusaron injustamente de sodomía siendo adolescente y sin duda esas injurias tuvieron consecuencias en su asexualidad (bien distinta de la homosexualidad que le atribuyó erróneamente Freud).

Leonardo da Vinci nos enseñó, entre otras muchas cosas, que el mayor desprecio hacia los malvados es ignorar sus maledicencias, hacer oídos sordos a sus necias palabras, dedicarse (en la medida de lo posible) a hacer el bien y no a defenderse del mal. Para convertir nuestra vida y nuestro trabajo en una obra de arte, hemos de distanciarnos de la basura. Quien da pávulo a los envidiosos, a los mezquinos, a la mal gente, no actúa de manera neutral: se convierte en involuntario cómplice de lo peor de la naturaleza humana. Apliquémonos el cuento. Al menos, modestamente, un servidor trata de hacerlo.